Soy niño de bus. Adolescente de bus . Permiso paterno para ir a casa de un familiar en Móstoles , y ya, con eso, era dichoso. Hice la conquista de Madrid sin haberme erizado de pelo el cuerpo, sin la barba que hoy ya va encanecida. Despeñaperros tenía entonces, para mí, aromas salvajes. En su propia evocación era una suerte de Gran Cañón del Colorado. Tiempos aquellos. El autobús renqueante, aquel paquidermo, una distancia normal de coche la hacía infinita. Despeñaperros guardaba algo, mucho, de epifánico para aquel que mitificó Madrid desde el sur, que es, sin más, el que arriba suscribe. Aceite de Jaén, miguelitos de La Roda afuera, en una estación de servicio que no era Casa Pepe,...
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