Día de pesca
La silueta urbana en el horizonte; el río en los pies. Unos hombres pescan en la costa de San Isidro y el día parece apacible (por alguna razón, todo suele parecer tranquilo cuando alguien suspende el tiempo y se sumerge en la práctica de la pesca). El agua, a juzgar por la foto, está baja. Se pesca pero no se nada en el río color de león, y mientras tanto, allá a lo lejos, los edificios tallan su presencia sólida, cementada, espejada y no tan secretamente caótica. Habitar la costa del Río de la Plata en parte es esto: saber que no se pertenece al agua del mismo modo en que lo hacen esos peces que buscan las redes y las cañas; convivir entre el aire que se respira, blando y ancho, junto a la costa, y el que luego intentará filtrar su parte de humedad a través de la masa abigarrada de torres y casas. Rioplatenses somos todos, pero un poquito más los que saben mirar de frente al río.
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La silueta urbana en el horizonte; el río en los pies. Unos hombres pescan en la costa de San Isidro y el día parece apacible (por alguna razón, todo suele parecer tranquilo cuando alguien suspende el tiempo y se sumerge en la práctica de la pesca). El agua, a juzgar por la foto, está baja. Se pesca pero no se nada en el río color de león, y mientras tanto, allá a lo lejos, los edificios tallan su presencia sólida, cementada, espejada y no tan secretamente caótica. Habitar la costa del Río de la Plata en parte es esto: saber que no se pertenece al agua del mismo modo en que lo hacen esos peces que buscan las redes y las cañas; convivir entre el aire que se respira, blando y ancho, junto a la costa, y el que luego intentará filtrar su parte de humedad a través de la masa abigarrada de torres y casas. Rioplatenses somos todos, pero un poquito más los que saben mirar de frente al río.