Las pieles de la música

“La música es el lenguaje que me permite comunicarme con el más allá”. Robert Schumann A lo largo de la historia, la música ha inspirado a todas las artes y ciencias. Ha atravesado el tiempo y el espacio humano y divino. Según Pitágoras, la música tenía una estrecha relación con el cosmos, y cada astro... Leer más La entrada Las pieles de la música aparece primero en Zenda.

Ene 26, 2025 - 13:29
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Las pieles de la música

“La música es el lenguaje que me permite comunicarme con el más allá”.

Robert Schumann

Cada uno tiene un oasis musical inextinguible en alguna etapa de la vida. Fuente inagotable de emociones y sentimientos con la que crecimos y socializamos. Membranas musicales, tensadas como pentagramas y notas que circulan encadenadas a la memoria que ni el tiempo ni la distancia física o emocional las pueden borrar. En realidad, nuestra piel está recubierta de múltiples melodías almacenadas como partituras que registran los instantes más significativos.

A lo largo de la historia, la música ha inspirado a todas las artes y ciencias. Ha atravesado el tiempo y el espacio humano y divino. Según Pitágoras, la música tenía una estrecha relación con el cosmos, y cada astro se movía con melodía armoniosa en el universo, como producto de la combinación numérica.

"La música también se cuela en los recodos minuciosos de la novela Punto muerto, de César Mamán King, en la que todo sucede en un microcosmos turbador de realidad y ficción que se mezclan como ritmos paralelos y armoniosos"

La música está impregnada en la piel, en los pensamientos, acciones y estados de ánimo, como sucede en La orquesta (2024), novela de Miqui Otero. Ella es la narradora, la protagonista central de toda la trama. Durante una noche de verano, en la plaza principal de un pueblo de Galicia, la música reúne a los personajes arquetípicos de diversas edades, estados y estratos sociales. Como en las obras de Valle-Inclán, el tiempo y espacio convocan a los vivos y a los muertos, como principio y fin. Un testimonio de las fiestas de todos los pueblos, de varias épocas de la historia española que se mueve al ritmo de la orquesta. La música monologa, dialoga, reflexiona, late, discurre, siente, reclama, refuta, alza su voz:

“Soy la música de la historia. Solo puedo contar lo que sucede en los lugares donde sueno. Estoy dentro de ti y fuera al mismo tiempo. Soy cada latido más fuerte que el anterior y soy unos pasos que se acercan: el corazón del mundo y los ojos de Dios. Mientras alguien me escuche seguiré contando esta historia. Soy invisible pero todos se mueven cuando paso. Tengo millones de años como las montañas y nazco y muero cada noche como los mosquitos… Soy tu primera vez, una y otra vez… yo soy el soplo que enciende los rescoldos de lo que temes y añoras…vibro en los intestinos secos tentados en el caparazón de la tortuga, retumba en la piel del asno de los tambores… silbo en el hueso del buitre y en el marfil del mamut de la flauta antigua, me anuncio con aulós y trompetas, picoteo en pianos, maúllo en cuerdas de níquel de guitarra eléctrica. Hago entrar a la sensibilidad en razón y en armonía a la emoción. Planetas y desgraciados bailan según mi matemática. Invento lo que sientes, lo descubro, lo describo y lo someto a las leyes de los números. Lo domo, lo filtro, lo cultivo… Te hablo a ti y solo a ti cuando todos escuchan y piensan que les hablo a ellos y solo a ellos… Dentro y fuera de ti. El bum bum bum: suena como los latidos de una criatura feliz”.

La música también se cuela en los recodos minuciosos de la novela Punto muerto (2024), de César Mamán King, en el que todo sucede en un microcosmos turbador de realidad y ficción que se mezclan como ritmos paralelos y armoniosos. La mente y las acciones del protagonista van al ritmo musical de canciones que le remiten a momentos felices, aunque todo respira a incertidumbre. Imagina un futuro mejor, pero parece girar en un punto circular, en conjunción con el invariable tarareo repetitivo de Pippi-Pippi Lansgtrum, en toda la novela, que le devuelve los colores a su vida. Ahora que este icónico personaje literario, la niña, conocida con el nombre de Pippi Calzaslargas cumple 80 años, el estribillo adquiere un doble componente afectivo que pone en balanza el espíritu reconciliador del presente con las emociones del pasado.

La música siempre ha formado parte de la literatura y también del cine. En la película Los niños de las brisas (2022), dirigida por Marianela Maldonado, la música es un camino, una elección de vida unida a una pasión. Tres niños venezolanos confluyen en el camino de la música y forman parte las Orquestas del Sistema Nacional durante una década. Para ellos, la música es una forma de ser y de estar en el mundo. Es la semilla a la que se aferran para crecer y reafirmarse. Gracias al poder de la música perseveran y se resisten a truncar sus sueños, pese al colapso que vive su país por la dictatura. La película, estrenada en el festival de cine documental de Estados Unidos, es candidata al Premio Goya 2025 a Mejor Película Iberoamericana.

"Escuchar el vals en todas las plazas significó unirme al cauce calmado, rítmico, acompasado del río inspirador y sentir la esencia de la música en la piel"

A propósito de orquestas, este año, por primera vez, en el Concierto de Año Nuevo, la Orquesta Sinfónica de Viena ha interpretado las piezas de Constanze Geiger, una mujer compositora y pianista vienesa. Todo un hito en el mundo de la música, que abre una nueva ruta a las mujeres compositoras de reconocido talento y creatividad. Precisamente, el 2025 también coincide con la celebración de los 200 años de nacimiento de Johann Strauss, conocido como “el rey del vals”, figura paradigmática de la música vienesa, cuyas piezas son infaltables en cada concierto.

Muchas huellas musicales revisten mi piel desde la infancia. Sin embargo, en esta época, tres melodías evocaron mi niñez y mi viaje a la cuna de estos grandes músicos: La primera, Viena y El Danubio azul, «cinta de plata, que une todas las tierras y la alegría del corazón golpea la hermosa ribera [como] imagen de unidad de todos los tiempos». Escuchar el vals en todas las plazas significó unirme al cauce calmado, rítmico, acompasado del río inspirador y sentir la esencia de la música en la piel. La segunda: Salzburgo y la Sinfonía 40 de Mozart, que me transportó al entorno del pequeño y prodigioso músico, cuyos acordes están anclados en mi niñez. La tercera, Bonn y Beethoven, al oír el cuarto movimiento de la Sinfonía 9, fragmento conocido como Himno a la alegría, cuyas letras fueron tomadas del poema original “Oda a la alegría” de Friedrich Schiller: “Si en tu camino solo existe la tristeza y el llanto amargo de la soledad completa, ven, canta, sueña cantado, vive soñando el nuevo sol”. Un bálsamo para la sensibilidad a flor de piel. Ahora que la ausencia de mi madre se agiganta, a los dos meses de su partida, esta melodía llega a mis oídos como un consuelo divino.

De hecho, toda nuestra vida transcurre al compás de la música. Desde niños aprendemos a distinguir los diversos compases, tonos, melodías, ritmos, cadencias y notas. Incluso en el silencio escuchamos los sonidos grabados en la profundidad de nuestro mundo interior. A veces vuelven con fuerza, en busca de la felicidad del pasado, como me sucedió en la llamada “Ciudad del cielo”, Medinaceli, un histórico y mágico pueblo enclavado en las montañas de Soria. Allí, en la soledad de aquella tarde fría de invierno, me topé con la arquetípica canción que concentra la infancia feliz, congelada en el tiempo. Noche de paz sonaba en armonía con las luces parpadeantes, en medio de las laberínticas calles y plazas de piedra, custodiadas por el arco romano del siglo I.

En realidad, la música forma parte del gratísimo concierto celestial que nos ata a la vida, como el cordón umbilical a la madre. Una suma de melodías que revisten nuestra piel, desde el vientre materno, como un dulce e interminable arrullo.

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