‘Chocolate’, la historia dramatizada de un juguete roto
Me comentaba recientemente Rafa Gallego que el sueño de convertirse en dramaturgo se remonta a su adolescencia, aunque sus primeros pasos se los reservase para sí mismo, todavía cargado de inseguridades y timidez. Así es como ha acabado por compatibilizar su oficio de periodista con el afán de crecer como el escribidor de historias para … Continuar leyendo "‘Chocolate’, la historia dramatizada de un juguete roto"
![‘Chocolate’, la historia dramatizada de un juguete roto](https://okdiario.com/img/2025/02/08/cuaderno.jpg)
Me comentaba recientemente Rafa Gallego que el sueño de convertirse en dramaturgo se remonta a su adolescencia, aunque sus primeros pasos se los reservase para sí mismo, todavía cargado de inseguridades y timidez. Así es como ha acabado por compatibilizar su oficio de periodista con el afán de crecer como el escribidor de historias para ser recreadas sobre las tablas.
Hoy empieza a coleccionar obras que cabe entender como teatro de altura, porque en definitiva es lo que son las puestas en escena de Kelly (2021) y Fake (2022). Ahora mismo acaba de estrenar Chocolate, cerrándose de alguna manera una trilogía inspirada en temas cercanos a los postulados de la izquierda, lo que voluntariamente o no, hace de Gallego un referente de esa misma izquierda. Un viaje reciente en el que han ido a cruzarse en su caminar directores de la talla de Sergi Belbel (Kelly), Sergio Baos (Fake) y Rafel Duran (Chocolate). Lo cual sin duda ha contribuido a fortalecer su trayectoria como dramaturgo. También ha jugado un papel clave el cuadro de intérpretes que le han dado gran solidez a las puestas en escena.
Si Kelly y Fake se centraban en la contienda política de nuestros días, en el caso de Chocolate asistimos a una reflexión sobre el sentido y eficacia del mito. En reflexiones previas al estreno, Rafa Gallego destacaba que la figura del niño José Esteves de la Concepción, apodado Chocolate, se nos «aparece ahora como un fantasma que representaba la inocencia de unos ideales desdibujados con el paso del tiempo, una metáfora de la muerte de las utopías, de una oportunidad perdida». Por su parte Rafel Duran apunta que «no es ninguna novedad el hecho de que los mitos se dimensionen con el paso del tiempo y a Chocolate le han convertido en un mito urbano de una Palma muy diferente de la ciudad que hoy conocemos».
La segunda mitad de los años 70 fue un período de libertades. En absoluto conquistadas, sino encontradas de sopetón. La dictadura se había acabado, de muerte natural, y solamente nos faltaba el haraquiri de los procuradores en Cortes para ver al fin abiertas las puertas de la democracia. En esos días emergieron como flores silvestres los colectivos libertarios, los bohemios y una movida cultural sui géneris. Los polos de atención eran un movimiento ecologista, ingenuo aunque de inédita audacia (la ocupación de Dragonera) y el surgimiento de grandes manifestaciones musicales como el Selva Rock o cuanto acontecía en Deià con músicos foráneos pasados de rosca y de una personalidad vivamente atractiva, además de provocadora. Solamente eso.
Circunstancias de la vida, me tocó dar los primeros pasos profesionales en aquel escenario fascinante de los últimos años 70.
En este escenario aparecerá una figura capaz de procurarnos aire fresco: un gitanillo portugués de apenas 12 años, José Esteves de la Concepción, que saltará a las primeras planas de la prensa local por su osadía de convertirse en espontáneo en Selva Rock y cantar fuera de programa La cachimba, de Los Chichos, además de aceptar ser la mascota de las nuevas tendencias del momento. Otra vez, solamente eso. De sus trapicheos, mejor no hablar. Porque Chocolate era lisa y llanamente un superviviente que fue acogido a modo de atracción de feria, tal vez, por la emergente élite contracultural.
En realidad Chocolate eligió la vida que le condujo a una muerte prematura –finales de abril de 1978- que nadie se esperaba. Fue el punto final de una simple anécdota que acabaría convirtiéndole en un mito, en una leyenda, tal vez porque él sí encarnaba el principio existencial de vive rápido. La suya se consideró la primera muerte por sobredosis, un diagnóstico que no fue aceptado por todos, sembrándose la sospecha del homicidio, y con razón o sin ella porque los mitos se construyen siempre apelando a la ensoñación.
Su imagen retornaba a nuestras vidas con el libro editado el año 2020 por Tomeu Canyelles, a quien le llamó la atención el personaje, solo que a los 42 años de su muerte. Un espacio de tiempo suficiente para alimentar las conjeturas e incluso las fantasías, por muy doctor en Historia que sea el autor del libro. Porque la muerte de Chocolate tuvo probablemente que ver con sus trapicheos antes que con su protagonismo contracultural. O no; que todo era posible en aquellos días de insaciables protagonismos.
Llega ahora Chocolate, la obra teatral con participación de Produccions de Ferro. Interviniendo en el reparto tres valores supremos: Toni Gomila, Lluqui Herrero y Joan Carles Bellviure. Esta obra se remonta al año 2022, cuando tuvo lugar la lectura dramatizada en el transcurso de la residencia de Gallego en el Centro Dramático El Tubo, si bien el texto ha sufrido modificaciones hasta el estreno, en especial tras la incorporación de Rafel Duran. Aunque el punto de partida seguía siendo el libro de Canyelles con sus especulaciones entre aureolas de lo supuestamente sucedido.
Rafa Gallego centra el relato de Chocolate en algunas teorías sobre la muerte del gitanillo, pero se guarda las espaldas a la hora de ir cerrando conclusiones, siempre dejando abierta la delicada puerta que conduce a la ambigüedad mucho antes que dar visos de certeza. Gallego prefiere dudar. De ahí que la estructura de su dramaturgia se centre en varias teorías sobre la muerte violenta de Chocolate y siempre evitando pontificar a propósito.
Lo verdaderamente notable de esta experiencia teatral es el cuadro de gala que encarnan unos intérpretes sólidos en su recorrido: Bellviure, Gomila y Herrero. Su capacidad de desdoblarse es inmensamente hipnótica y sujeta en definitiva a un relato inspirado en el distanciamiento necesario para que siga viviendo el recuerdo de un niño de apenas trece años que murió por lo que realmente era: un potencial juguete roto. Aquel período de los 70 tenía por definición un abrumador sentido de supervivencia. Incluso a pesar de unos protagonistas que no acertasen a saberlo debidamente, embarcados en construir nuevos relatos hasta entonces inéditos a causa de la dictadura.
Muy bien por el director y los intérpretes, y asimismo por la opción de Rafa Gallego. El único inconveniente es que la izquierda necesita de mitos y es evidente que ansía verlo en la figura de Chocolate, cuando nunca fue así. El niño gitano se marchó por un cúmulo de circunstancias adversas y algunas de ellas nunca serán aclaradas. Chocolate antes o después acabó por ser una víctima de las circunstancias, presa de apetitos y pasiones incontenibles.