Siberia se queda a oscuras buena parte del invierno. En 1988, Rusia tuvo una idea para solucionarlo: espejos en el espacio

Hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, unos documentos en la revista Life revelaban una de las muchas ideas que tuvo la Alemania nazi de Hitler: una especie de proyectil solar a través de un espejo orbital gigante para destrozar a los enemigos o incluso ciudades enteras. Obviamente eso nunca ocurrió, pero décadas después sirvió como ligera inspiración para un científico ruso que partió de una idea fascinante: ¿cómo podríamos alargar las horas del día? Convertir la noche en día. Lo cierto es que la idea de fondo no es nueva. A lo largo de los años, la humanidad ha buscado extender la jornada (entendida como el día y la luz) con herramientas tecnológicas, desde la luz eléctrica hasta las comunicaciones digitales. Sin embargo, en la década de 1990, un grupo de científicos rusos intentó llevar este concepto al extremo: lanzar enormes espejos espaciales para reflejar la luz solar hacia la Tierra y prolongar el día. En Xataka La guerra en Ucrania ha entrado en su fase desquiciada: hay drones lanzando drones para atacar a otros drones Vladimir Syromyatnikov. El proyecto del que hablamos fue dirigido por Vladimir Syromyatnikov, uno de los ingenieros espaciales más influyentes de la historia, conocido por desarrollar el mecanismo de acoplamiento de naves que aún se usa en la Estación Espacial Internacional. Durante los años 80, su interés se centró en el diseño de velas solares que podrían usar la radiación solar para propulsar naves a través del espacio. Sin embargo, en la Rusia postsoviética, obtener financiamiento para proyectos espaciales requería una justificación económica clara. Así, Syromyatnikov reformuló su idea y la presentó como una forma de iluminar las regiones árticas de Siberia durante los oscuros meses de invierno, aumentando la productividad en la agricultura y la industria. Sí, intentaría volver a encender el Sol para las regiones polares de Rusia después de que cayera la noche. Imagen del Znamya Znamya y su breve éxito. En 1988, Syromyatnikov fundó el Consorcio Regata Espacial, con el respaldo de Roscosmos y varias empresas estatales. Su lema estaba muy claro: "luz diurna toda la noche". La idea no solo prometía reducir los costes de iluminación eléctrica, sino también facilitar rescate en desastres, operaciones militares y proyectos de construcción nocturnos. El primer prototipo, Znamya 2, fue enviado al espacio en febrero de 1993 a bordo de la nave Progress M-15 y posteriormente desplegado desde la estación espacial Mir. Una vez en órbita, comenzó a girar para desplegar su superficie reflectante. El espejo, de 20 metros de diámetro, logró la proeza de reflejar un haz de luz equivalente a la de una luna llena, iluminando un área de 5 km de diámetro mientras cruzaba Europa y Rusia a 8 km por segundo, incluso astronautas en Mir confirmaron que podían seguir el destello desde el espacio. ¿El problema? La luz reflejada resultó más difusa de lo esperado y difícil de controlar, y no se tuvo en cuenta la climatología. Plus: la nubosidad impidió que la mayoría de los observadores en tierra lo notaran. Horas después, el espejo se desintegró al reingresar a la atmósfera. Znamya 2.5. A pesar de su corta duración, el experimento demostró que el concepto era viable, lo que impulsó la planificación de Znamya 2.5, con un espejo más grande y la capacidad de mantener el haz de luz sobre un punto fijo. Así, en 1999 se lanzó esta segunda versión con un espejo de 25 metros de diámetro. Esta vez, al desplegarse, una de sus finas láminas se enredó en una antena de la nave Progress, rasgando la estructura. Los intentos por liberarla fracasaron y el espejo tuvo que ser desorbitado, quemándose en la atmósfera. El siguiente paso sería Znamya 3, con un espejo ahora de 70 metros, capaz de iluminar ciudades enteras. ¿Qué ocurrió? Que el fracaso de Znamya 2.5 y la falta de financiamiento sepultaron el proyecto y el sueño de Syromyatnikov. Además, la oposición de astrónomos y ambientalistas creció, argumentando que los espejos espaciales podrían alterar los ciclos naturales, afectar la observación astronómica y confundir la vida silvestre. Un hombre y su incansable búsqueda de luz. A pesar del fracaso, Syromyatnikov siguió buscando financiamiento para construir un sistema de espejos permanentes. Hablamos de un proyecto con un coste estimado de 340 millones de dólares. Su visión era un mundo donde las ciudades no necesitaran luz artificial y los días no tuvieran noches. Sin embargo, los inversionistas perdieron interés y el proyecto fue abandonado. Syromyatnikov continuó su trabajo en sistemas de acoplamiento hasta su muerte en 2006, dedicando sus días al trabajo sin descanso, en un irónico paralelismo con su obsesión por eliminar la noche. En 3D Juegos Elon Musk admite que se equivocó. Tras

Feb 8, 2025 - 17:47
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Siberia se queda a oscuras buena parte del invierno. En 1988, Rusia tuvo una idea para solucionarlo: espejos en el espacio

Siberia se queda a oscuras buena parte del invierno. En 1988, Rusia tuvo una idea para solucionarlo: espejos en el espacio

Hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, unos documentos en la revista Life revelaban una de las muchas ideas que tuvo la Alemania nazi de Hitler: una especie de proyectil solar a través de un espejo orbital gigante para destrozar a los enemigos o incluso ciudades enteras. Obviamente eso nunca ocurrió, pero décadas después sirvió como ligera inspiración para un científico ruso que partió de una idea fascinante: ¿cómo podríamos alargar las horas del día?

Convertir la noche en día. Lo cierto es que la idea de fondo no es nueva. A lo largo de los años, la humanidad ha buscado extender la jornada (entendida como el día y la luz) con herramientas tecnológicas, desde la luz eléctrica hasta las comunicaciones digitales. Sin embargo, en la década de 1990, un grupo de científicos rusos intentó llevar este concepto al extremo: lanzar enormes espejos espaciales para reflejar la luz solar hacia la Tierra y prolongar el día.

Vladimir Syromyatnikov. El proyecto del que hablamos fue dirigido por Vladimir Syromyatnikov, uno de los ingenieros espaciales más influyentes de la historia, conocido por desarrollar el mecanismo de acoplamiento de naves que aún se usa en la Estación Espacial Internacional. Durante los años 80, su interés se centró en el diseño de velas solares que podrían usar la radiación solar para propulsar naves a través del espacio.

Sin embargo, en la Rusia postsoviética, obtener financiamiento para proyectos espaciales requería una justificación económica clara. Así, Syromyatnikov reformuló su idea y la presentó como una forma de iluminar las regiones árticas de Siberia durante los oscuros meses de invierno, aumentando la productividad en la agricultura y la industria. Sí, intentaría volver a encender el Sol para las regiones polares de Rusia después de que cayera la noche.

Znamya 2 Imagen del Znamya

Znamya y su breve éxito. En 1988, Syromyatnikov fundó el Consorcio Regata Espacial, con el respaldo de Roscosmos y varias empresas estatales. Su lema estaba muy claro: "luz diurna toda la noche". La idea no solo prometía reducir los costes de iluminación eléctrica, sino también facilitar rescate en desastres, operaciones militares y proyectos de construcción nocturnos.

El primer prototipo, Znamya 2, fue enviado al espacio en febrero de 1993 a bordo de la nave Progress M-15 y posteriormente desplegado desde la estación espacial Mir. Una vez en órbita, comenzó a girar para desplegar su superficie reflectante. El espejo, de 20 metros de diámetro, logró la proeza de reflejar un haz de luz equivalente a la de una luna llena, iluminando un área de 5 km de diámetro mientras cruzaba Europa y Rusia a 8 km por segundo, incluso astronautas en Mir confirmaron que podían seguir el destello desde el espacio.

¿El problema? La luz reflejada resultó más difusa de lo esperado y difícil de controlar, y no se tuvo en cuenta la climatología. Plus: la nubosidad impidió que la mayoría de los observadores en tierra lo notaran. Horas después, el espejo se desintegró al reingresar a la atmósfera.

Znamya 2.5. A pesar de su corta duración, el experimento demostró que el concepto era viable, lo que impulsó la planificación de Znamya 2.5, con un espejo más grande y la capacidad de mantener el haz de luz sobre un punto fijo. Así, en 1999 se lanzó esta segunda versión con un espejo de 25 metros de diámetro. Esta vez, al desplegarse, una de sus finas láminas se enredó en una antena de la nave Progress, rasgando la estructura. Los intentos por liberarla fracasaron y el espejo tuvo que ser desorbitado, quemándose en la atmósfera.

El siguiente paso sería Znamya 3, con un espejo ahora de 70 metros, capaz de iluminar ciudades enteras. ¿Qué ocurrió? Que el fracaso de Znamya 2.5 y la falta de financiamiento sepultaron el proyecto y el sueño de Syromyatnikov. Además, la oposición de astrónomos y ambientalistas creció, argumentando que los espejos espaciales podrían alterar los ciclos naturales, afectar la observación astronómica y confundir la vida silvestre.

Un hombre y su incansable búsqueda de luz. A pesar del fracaso, Syromyatnikov siguió buscando financiamiento para construir un sistema de espejos permanentes. Hablamos de un proyecto con un coste estimado de 340 millones de dólares. Su visión era un mundo donde las ciudades no necesitaran luz artificial y los días no tuvieran noches.

Sin embargo, los inversionistas perdieron interés y el proyecto fue abandonado. Syromyatnikov continuó su trabajo en sistemas de acoplamiento hasta su muerte en 2006, dedicando sus días al trabajo sin descanso, en un irónico paralelismo con su obsesión por eliminar la noche.

El legado. Si se quiere, aquel fue también el final de una etapa de la “exploración” espacial. En cualquier caso, ni mucho menos se ha terminado la idea de fondo. Hoy, la idea de aprovechar la luz solar desde el espacio ha resurgido en la investigación de plantas solares orbitales, las mismas que podrían enviar energía a la Tierra mediante microondas.

Con todo, Znamya sigue siendo un recordatorio de los límites de la tecnología y la necesidad de respetar los ciclos naturales. El intento de Rusia por convertir la noche en día e iluminar Siberia en invierno fue tanto una demostración de ingenio humano como un experimento que, al final, chocó con las propias leyes de la naturaleza y la resistencia del mundo moderno.

Imagen | QSI/MIR

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La noticia Siberia se queda a oscuras buena parte del invierno. En 1988, Rusia tuvo una idea para solucionarlo: espejos en el espacio fue publicada originalmente en Xataka por Miguel Jorge .