Tiempos nuevos, tiempos salvajes

Hay algo especial en estos tiempos. Trump, Milei, Ayuso y los demás populistas ultras seducen a millones porque van de frente y no ocultan su extravagancia. Al contrario, la ponen de relieve. Interpretan sin desmayo sus personajes frikis No son raros en la historia de la humanidad los casos de gobernantes que estaban muy zumbados. De la Roma clásica nos han llegado varios ejemplos. El más notorio, el de Nerón, acusado de incendiar la capital imperial con tal de componer en vivo y en directo una oda excelsa. En su 'Vida de los doce Césares', Suetonio contó que, al verse obligado a suicidarse, Nerón habría exclamado Qualix artifex pereo!, qué gran artista pierde el mundo. Pero Suetonio es una fuente dudosa: era un historiador bastante parcial y le tenía mucha tirria al hijo de Agripina. Calígula y Caracalla tampoco fueron modelos de cordura. El primero llegó a nombrar cónsul a su caballo Incitatus, y pretendía hacerle miembro del Senado cuando fue asesinado por la guardia pretoriana. El segundo usaba el terror con una mano y el populismo del panem et circenses con la otra. Le gustaba hacer de gladiador y unas veces se tomaba por Aquiles y otras por Alejandro Magno. También terminó mal: apuñalado por la espalda en plena urgencia intestinal. Bueno, me dirán ustedes, todo eso fue en tiempos remotos, cuando se alcanzaba el poder por ser hijo de su padre o por la habilidad en el manejo de la espada. Ahora no ocurre eso, ahora la democracia formal, el hecho de que los gobernantes lo sean por sus victorias en las urnas, nos garantiza sensatez y ecuanimidad. Podrán ser de derechas o de izquierdas, pero su cordura está asegurada. Los electores no están chalados, los electores no se equivocan tanto. Menos lobos, Caperucita. Hitler, un desequilibrado de tomo y lomo, conquistó la cancillería de un país tan civilizado como Alemania porque fue el más votado en unas legislativas. Y los electores sabían que odiaba a los judíos y quería la expansión territorial del Reich. Lo había dejado claro en su 'Mein Kampf' y en todas y cada una de sus proclamas en las cervecerías. No diría yo que engañó a sus votantes. Diría más bien que mucha gente bienintencionada minusvalora la fascinación de las masas por el mal y la excentricidad. Donald Trump tampoco ha engañado a los 77 millones de estadounidenses que volvieron a darle en septiembre las llaves de la Casa Blanca. Estos días, amigos míos se llevan las manos a la cabeza porque Trump ha comenzado a hacer lo que dijo que iba a hacer: expulsar manu militari a inmigrantes, acabar con las políticas igualitarias, abrir guerras comerciales con China y medio mundo, intentar anexionarse Groenlandia y el Canal de Panamá, proponer la Solución Final para Gaza con la expulsión de dos millones de palestinos y la conversión del territorio en un lugar de veraneo… Pues bien, si Trump gusta a sus seguidores es precisamente por eso, porque dice lo que piensa y hace lo que dice.  Algo ha cambiado en este siglo, sí, hay algo especial en estos tiempos. Los populistas ultras seducen a millones porque van de frente y no ocultan su extravagancia. Al contrario, la ponen de relieve. Teñido de zanahoria, haciendo torpes movimientos mecánicos que quieren ser pasos de baile, Trump suelta que los inmigrantes van a Springfield (Ohio) a comerse los perros y los gatos. Cual gladiador en el Coliseo, Milei agarra una motosierra y anuncia que con ella va a cortar los programas sociales de Argentina.  Y a ambos les votan a mansalva. Los Calígula de ahora no son tan sangrientos como los de Roma, ciertamente. Al menos en eso hemos ganado algo. Pero pueden ser igualmente esperpénticos. Y es que, compañeros, terminó la era de Gutenberg, la de los libros que pregonan la razón y el bien común, y llegó la era audiovisual, la de las pantallas que exaltan el individualismo friki. Cuanto más delirante sea tu narcisismo, cuanto más disruptiva sea tu propuesta, cuanto más gorda sea tu mentira, tendrás más seguidores, más consumidores, más votantes. Quien mejor lo hace en España es Isabel Díaz Ayuso, la más estadounidense de nuestros políticos, y por eso le come la tostada una y otra vez al sieso de Feijóo. Ella es la más choni, la más TikTok, la más lenguaraz, y precisamente por eso la adoran los suyos. A los ancianos de las residencias no había que atenderlos durante la pandemia porque se iban a morir de todos modos. ¡Chúpate esa! Sí, mi hermano y mi novio ganaron un pastizal cobrando comisiones con la venta de mascarillas, ¿y qué? Son grandes emprendedores, hazlo tú también. Como Trump, Elon Musk y Milei, Ayuso interpreta sin desmayo ni empacho su propio personaje. Para dar miedo, la mirada torva de unos ojos desquiciados. Para dar pena, la carita de una Purísima Concepción víctima de la maldad de un Pedro Sánchez que quiere matarla -sí, matarla, ahí queda eso- y usa poderes ocultos, tal vez telepáticos, para borrarle l

Feb 6, 2025 - 08:00
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Tiempos nuevos, tiempos salvajes

Tiempos nuevos, tiempos salvajes

Hay algo especial en estos tiempos. Trump, Milei, Ayuso y los demás populistas ultras seducen a millones porque van de frente y no ocultan su extravagancia. Al contrario, la ponen de relieve. Interpretan sin desmayo sus personajes frikis

No son raros en la historia de la humanidad los casos de gobernantes que estaban muy zumbados. De la Roma clásica nos han llegado varios ejemplos. El más notorio, el de Nerón, acusado de incendiar la capital imperial con tal de componer en vivo y en directo una oda excelsa. En su 'Vida de los doce Césares', Suetonio contó que, al verse obligado a suicidarse, Nerón habría exclamado Qualix artifex pereo!, qué gran artista pierde el mundo. Pero Suetonio es una fuente dudosa: era un historiador bastante parcial y le tenía mucha tirria al hijo de Agripina.

Calígula y Caracalla tampoco fueron modelos de cordura. El primero llegó a nombrar cónsul a su caballo Incitatus, y pretendía hacerle miembro del Senado cuando fue asesinado por la guardia pretoriana. El segundo usaba el terror con una mano y el populismo del panem et circenses con la otra. Le gustaba hacer de gladiador y unas veces se tomaba por Aquiles y otras por Alejandro Magno. También terminó mal: apuñalado por la espalda en plena urgencia intestinal.

Bueno, me dirán ustedes, todo eso fue en tiempos remotos, cuando se alcanzaba el poder por ser hijo de su padre o por la habilidad en el manejo de la espada. Ahora no ocurre eso, ahora la democracia formal, el hecho de que los gobernantes lo sean por sus victorias en las urnas, nos garantiza sensatez y ecuanimidad. Podrán ser de derechas o de izquierdas, pero su cordura está asegurada. Los electores no están chalados, los electores no se equivocan tanto.

Menos lobos, Caperucita. Hitler, un desequilibrado de tomo y lomo, conquistó la cancillería de un país tan civilizado como Alemania porque fue el más votado en unas legislativas. Y los electores sabían que odiaba a los judíos y quería la expansión territorial del Reich. Lo había dejado claro en su 'Mein Kampf' y en todas y cada una de sus proclamas en las cervecerías. No diría yo que engañó a sus votantes. Diría más bien que mucha gente bienintencionada minusvalora la fascinación de las masas por el mal y la excentricidad.

Donald Trump tampoco ha engañado a los 77 millones de estadounidenses que volvieron a darle en septiembre las llaves de la Casa Blanca. Estos días, amigos míos se llevan las manos a la cabeza porque Trump ha comenzado a hacer lo que dijo que iba a hacer: expulsar manu militari a inmigrantes, acabar con las políticas igualitarias, abrir guerras comerciales con China y medio mundo, intentar anexionarse Groenlandia y el Canal de Panamá, proponer la Solución Final para Gaza con la expulsión de dos millones de palestinos y la conversión del territorio en un lugar de veraneo… Pues bien, si Trump gusta a sus seguidores es precisamente por eso, porque dice lo que piensa y hace lo que dice. 

Algo ha cambiado en este siglo, sí, hay algo especial en estos tiempos. Los populistas ultras seducen a millones porque van de frente y no ocultan su extravagancia. Al contrario, la ponen de relieve. Teñido de zanahoria, haciendo torpes movimientos mecánicos que quieren ser pasos de baile, Trump suelta que los inmigrantes van a Springfield (Ohio) a comerse los perros y los gatos. Cual gladiador en el Coliseo, Milei agarra una motosierra y anuncia que con ella va a cortar los programas sociales de Argentina.  Y a ambos les votan a mansalva.

Los Calígula de ahora no son tan sangrientos como los de Roma, ciertamente. Al menos en eso hemos ganado algo. Pero pueden ser igualmente esperpénticos. Y es que, compañeros, terminó la era de Gutenberg, la de los libros que pregonan la razón y el bien común, y llegó la era audiovisual, la de las pantallas que exaltan el individualismo friki. Cuanto más delirante sea tu narcisismo, cuanto más disruptiva sea tu propuesta, cuanto más gorda sea tu mentira, tendrás más seguidores, más consumidores, más votantes.

Quien mejor lo hace en España es Isabel Díaz Ayuso, la más estadounidense de nuestros políticos, y por eso le come la tostada una y otra vez al sieso de Feijóo. Ella es la más choni, la más TikTok, la más lenguaraz, y precisamente por eso la adoran los suyos. A los ancianos de las residencias no había que atenderlos durante la pandemia porque se iban a morir de todos modos. ¡Chúpate esa! Sí, mi hermano y mi novio ganaron un pastizal cobrando comisiones con la venta de mascarillas, ¿y qué? Son grandes emprendedores, hazlo tú también.

Como Trump, Elon Musk y Milei, Ayuso interpreta sin desmayo ni empacho su propio personaje. Para dar miedo, la mirada torva de unos ojos desquiciados. Para dar pena, la carita de una Purísima Concepción víctima de la maldad de un Pedro Sánchez que quiere matarla -sí, matarla, ahí queda eso- y usa poderes ocultos, tal vez telepáticos, para borrarle las conversaciones del WhatsApp.

Ayuso es la persona con más poder en la Comunidad de Madrid desde los tiempos de Franco. Le besan los pies sus muchos jueces adictos, sus muchos empresarios agradecidos, sus muchos periodistas cortesanos. Se cargó en un santiamén a un tal Pablo Casado, que era el líder supremo de su propio partido. Quiere enviar a la cárcel al fiscal general, al presidente del Gobierno y hasta a la esposa de ese presidente. Dice lo que le sale del moño en los programas de las reinonas televisivas de las mañanas. Y hasta tiene su Rasputín en la persona del llamado MAR. Pero, ay, compadezcámonos de ella, virginal víctima de una tiranía satánica.

Tiempos nuevos, tiempos salvajes. En este Siglo de las Sombras los excéntricos vuelven a tener su público, mucho público. Como en la antigua Roma. 

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