Como si nada, como si todo
Ella, tan cosmopolita, adoraba Berlín, Nueva York y lugares ignotos de repúblicas desconocidas. Pero yo —»por la cercanía, por ver el mar»— erre que erre con Valencia, una ciudad que adoro en la que, con 18 años, viví una noche de amor al más puro estilo levantino: con una chica que trabajaba en un puesto... Leer más La entrada Como si nada, como si todo aparece primero en Zenda.
Compraste un billete de tren a Valencia que sabías no ibas a usar. Y recordaste que hace 5 años invitaste a una chica —«no me llames novia»— a un fin de semana a la capital del Turia.
Hace 5 años yo estaba feliz en La Albufera, en el barrio del Carmen, bebiendo horchata en Santa Catalina y disfrutando del socarrat de la paella, pero ella no solo no estaba feliz, sino que no estaba. Ella no estaba levantina. Ella —“¡que no me llames novia!»—, una chica maravillosa que se convirtió en una maravillosa escritora, se hallaba más cerca de las repúblicas Bálticas que de la Malvarrosa. Se trataba, y se trata, del lugar que ocupa cada uno en el mapa, de nuestra geografía humana. Aquella chica, eso sí, me regaló unas gafas de sol Persol, que aún conservo y nunca me pongo, pero también una montaña de frases que fui guardando en un cofre que no me atrevo a abrir: «El amor es para vivirlo, el desamor para escribirlo». Así estamos, pues, escribiendo todo lo que hemos dejado de vivir.
De todo eso me acordaba mientras perdía ese tren que no cogí y cuando leí esta frase del gran Roy Galán: «Tienes que hacer como si nada cuando en verdad es como si todo». Y como si nada fui a la presentación de un libro que celebraba que la vida empieza cada uno de todos los días.
Luego invité a mi amiga Leticia a comer jamón y verduras con huevos poché mientras hablábamos de las cosas de la vida, de los trenes, de las familias que se rompen, de las familias que pueden romperse.
—¿Sabes? Que pena que no seamos fumadores porque ahora me fumaría un cigarrito contigo —me dijo en la puerta del restaurante.
Fue decirlo delante de un grupo de cincuentones cuando, al instante, éstos nos ofrecieron sendos cigarrillos con tal amabilidad que nos dieron ganas de abrazarles uno a uno; para que luego digan de los hombres de cincuenta: la gentileza de los desconocidos.
Al día siguiente fui a correr y casi me choco con un absurdo poste de la luz con un emoji de lágrimas de felicidad dibujado que me sonreía como si nada cuando en verdad era como si todo.
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Los textos de «Tal vez la niebla» son variaciones de los publicados por David Trías en su cuenta de IG
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