Elizabeth Strout: “Escribir de forma sincera puede ser ahora peligroso en Estados Unidos”
Foto de portada: © Leonardo Cendamo La escritora, premio Pulitzer, finalista del Booker y autora de la aclamada ficción Me llamo Lucy Barton, luce sonrisa sincera, cabello rubio recogido, una sencilla blusa blanca y pantalón oscuro. Strout (Portland, Maine, 1956), una de las novelistas más prestigiosas y aclamadas de Estados Unidos, inaugura esta tarde junto... Leer más La entrada Elizabeth Strout: “Escribir de forma sincera puede ser ahora peligroso en Estados Unidos” aparece primero en Zenda.
Foto de portada: © Leonardo Cendamo
Elizabeth Strout, que acaba de publicar en Alfaguara la novela Cuéntamelo todo, está en la tercera planta del hotel AC Málaga Palacio atendiendo a periodistas, fotógrafos y cámaras de televisión en una sala donde sobra la ropa porque la calefacción está encendida y fuera hace un calor invernal de febrero mediterráneo que simula una adelantada primavera.
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—¿La soledad y la nostalgia de sus personajes reflejan su propia vida?
—No soy una escritora autobiográfica. Suelo observar a la gente, y de esta observación privada veo a muchas personas solitarias, más de las que se piensa que hay. Quería mostrar esto en mi obra.
—En la novela se cruzan y conectan personas de sus antiguas novelas. ¿Parte siempre de una idea preconcebida?
—No lo planifico. Iba pensando en mis personajes y de pronto me di cuenta de que vivían en la misma zona.
—¿Lo ha contado todo en Cuéntamelo todo o siempre hay algo por contar, por escribir?
—(Se ríe) No sé si lo he contado todo. Nunca se puede estar completamente segura. Lo nuevo que estoy escribiendo tiene diferentes personajes. Ya veremos.
—Ahora vive en un país dividido.
—Sí, está más dividido.
—¿Hay solución o camino para solucionarlo?
—Los niveles de ansiedad están muy altos.
—¿Escribir en Estados Unidos es más peligroso que hace años?
—Parece que puede ser peligroso escribir y hacerlo de manera sincera, al menos en la forma en la que a mí me interesa. Es demasiado reciente —el nuevo Gobierno de Trump— lo que está ocurriendo.
—Es muy sutil en las relaciones humanas. ¿Cómo cree que evolucionan las personas?
—Crecí en una época en la que parecía que las cosas iban para mejor, tanto en mi país como en otras partes del mundo, pero en la situación actual no sabría decir si va a mejor o no. Simplemente no lo sé.
—¿Cómo es su relación con personajes con los que comparte muchos años?
—Recuerdo que una vez escribí una escena en la que le quitan a una mujer un sujetador y un zapato. Tras haber escrito esa escena, pensé, antes de dormir, si debía permitir que mi personaje hiciera algo así. Decidí que se tenía que comportar como fuera. Si se portaba mal, que fuera así. Los personajes deben ser libres.
—¿Cuál es su relación con los libros? ¿Viaja con libros o Kindle?
—He traído a España cinco libros en papel, en tapa blanda, pero también he viajado con un Kindle. Tengo muchos libros en casa y me gusta leer en papel porque la lectura es diferente. He tenido que hacer cambios en casa y comprar más estanterías para los libros. Me gusta leer novelas cinco años después de hacerlo por primera vez. Me llama la atención cómo puede cambiar mi visión de un libro.
—Es su primera vez en Málaga. ¿Ha visto ya la ciudad?
—Lovely, wonderful! Me ha tratado muy bien. Ayer me perdí por una calle, estaba oscureciendo y estaba rodeada de callejuelas. Pensé que lo mismo podría haber ahí alguna historia de una señora que se pierde en una ciudad que no conoce. ¡Quién sabe!
—Vive a medio camino entre Nueva York y Maine. ¿Qué lugar le inspira más para escribir?
—Llevo 40 años viviendo en Nueva York, pero hasta que llevaba 15 años allí no me sentía capaz de escribir algo ambientado en la ciudad. Cuando estoy en Maine me inspira Nueva York y cuando estoy en Nueva York recuerdo Maine. Siempre tengo nostalgia de ambos sitios.
—La soledad es fundamental.
—Sí. A veces hay lectores que me escriben cartas o se acercan en un acto y me dicen que mis libros les han podido ayudar. Me alegra mucho.
—¿Qué le parecen las traducciones de sus novelas?
—Estoy en contacto con algunos traductores, como el italiano, pero con otros no mucho. A veces puede resultar un poco preocupante porque esperas que la persona que traduzca tu obra la entienda correctamente, con los matices, y que sea la mejor traducción posible.
—¿Cómo valora las adaptaciones audiovisuales de su obra?
—He tenido mucha suerte con las adaptaciones que he tenido de mis novelas. No he estado muy involucrada en los proyectos y estoy contenta con los resultados. No tengo quejas.
—¿Qué mensaje ofrecerá en la IV edición del Festival Escribidores?
—Este tipo de festivales son cada vez más importantes en el mundo. Es importante unir a escritores con diferentes orígenes, que estén juntos, y compartan cosas.
—En Estados Unidos siempre se habla de la gran novela americana, y usted se centra en la cotidianidad.
—Escribo de personas normales, porque soy normal. Cuando era pequeña observaba mucho a la gente y mi madre consiguió una vez que a una persona normal la viera como una persona fascinante. Cada persona tiene un universo interior que puede ser muy complejo y puede estar lleno de luchas internas. También está el contacto con el exterior. Siempre me ha llamado la atención ese contraste. Cada persona tiene un universo concreto.
—¿Cuál es el detalle concreto que le iluminó?
—Estaba en el asiento trasero del coche familiar. Mis padres estaban delante. Pasó una señora por la acera y mi madre dijo: “Esa señora está deprimida”. Miré a la señora y le pregunté: “Mamá, ¿cómo lo sabes?”. “Fíjate en el pliego del abrigo”. Me llamó la atención esas observaciones de mi madre e inmediatamente sentí el impulso de querer saber cómo olía la cocina, el aspecto de su baño y tratar de ver más cosas sobre esa señora. En ese momento me quedé prendada de este don que tenía de fijarse en detalles de cualquier persona. Una vez estaba en un hotel con mi madre. Ella miraba por la ventana y me dijo: “Fíjate… es una segunda esposa”. Me asombré y pensé: “Sí, será la segunda mujer”. Vi entonces la importancia de fijarme en los detalles.
—¿Ha sido su madre la fuente de inspiración para ser tan observadora?
—Sí, sin lugar a dudas. Sin mi madre hubiera sido una escritora diferente. Mi madre me daba cuadernos y me decía que escribiera lo que había hecho ese día. No solo me motivaba para escribir, sino que me enseñó a cultivar la intuición y las cosas sobre las que podría escribir.
—¿Le cuesta más escribir que antes?
—Generar frases buenas me sale de una forma más rápida y natural, pero ensamblar una novela sigue siendo un proceso complicado y cuesta mucho darle forma.
—¿Sabe el final cuando empieza un libro?
—No, no tendría sentido para mí si ya supiera lo que iba a ocurrir. Lo vital es arrancar con un personaje, ponerme a escribir y no saber hacia dónde puedo ir. Nunca escribo de principio a fin, sino escenas donde hay personajes y si hay escenas que tienen músculo o latido me quedo con esas escenas y luego las voy uniendo.
—Ahora quizá se ha perdido un cierto halo de misterio en los escritores porque muchas personas escriben libros. Se ha democratizado la escritura.
—Así lo siento. Muchas veces te puedes preguntar: “¿Qué es una novela?”. Se ha convertido en algo más habitual que alguien pueda escribir un libro, pero estoy segura que en esta época se escribirán grandes novelas y que narrarán esta fase de Estados Unidos.
—¿Qué consejo le daría a una escritora que empezara ahora en la escritura?
—Empecé a escribir con cinco años y hubo un periodo muy largo de tiempo en el que escribía y a nadie le interesaba lo que hacía hasta que por fin me empezaron a publicar. A mi yo más joven le diría que nunca se rindiera.
—¿Cómo resiste las comparaciones con Hemingway? ¿Le abruma el éxito?
—Me crie en Nueva Inglaterra. Allí existe la cultura de que hay que pasar desapercibido, sin llamar la atención, sin presumir de lo que consigues. No entiendo muy bien qué es el éxito. La gente le decía a mi madre: “¿Estarás orgullosa de tu hija?”. Y contestaba: “No, no lo estoy. ¿Por qué iba a estarlo?”. A John Cheever, que también era de Nueva Inglaterra, le preguntaron sobre el éxito. Y su madre dijo algo parecido a lo que dijo la mía: que no estaba orgullosa. Cheever no había intentado presumir de lo que había conseguido.
—¿Qué sería lo primero que haría si ganara el premio Nobel de Literatura?
—(Ríe y su cara se enciende, una mezcla de sorpresa y felicidad) Llamar a mi marido y, como soy de Nueva Inglaterra y somos muy discretos, le diría: “No se lo digas a nadie”. (Y vuelve a reírse)
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