Muchos años después, frente al cadáver de su padre, Marcial, el escritor Jorge Fernández Díaz empezó a comprender hasta qué punto aquel hombre era un enigma para él. Emigrante asturiano en Argentina, de pocas palabras y mucho silencio, nunca mostró emotividad ni le habló de la vida. Marcial había sido minero de dinamita y silicosis , antes de camarero en el Palermo Pobre bonaerense, pero su muerte barrenó sentimientos dolorosos y complejos y le obligó a excavar en un pasado que había dejado de mirar. Fernández Díaz recordó que, cuando era niño, habían visto cientos de películas juntos, los sábados. Maratones de cine clásico a los que Marcial añadía, en ocasiones, comentarios –escuetos– que fueron lo más parecido a una...
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