La historia real de 'La infiltrada', la película de Arantxa Echevarría sobre la policía encubierta que acabó en un comando de ETA
La vida real supera a la ficción. La frase, muy manida ya, alcanza sin embargo su máximo sentido en el caso de la joven policía nacional Arantxa Berradre (nombre de guerra), que durante 14 meses , entre enero de 1998 y marzo de 1999, convivió en un pequeño piso, primero en el barrio de Intxaurrondo y luego en la calle Urbieta de San Sebastián, con los etarras Kepa Etxebarria y Sergio Polo , los dos liberados del comando Donosti, ambos con delitos de sangre en su historial. En ese tiempo llevó a sus compañeros hasta la totalidad de los colaboradores de ese talde, dejó en evidencia que la tregua de ETA entonces en vigor era una trampa de la banda para reorganizarse y con su información se evitaron más de una decena de atentados. Los asesinos nunca sospecharon de Arantxa , que aguantó el tipo a pesar de que en muchas ocasiones la convivencia con los terroristas era un infierno. La historia de Arantxa, muchos de cuyos detalles sólo se conocen ahora -otros se mantienen en la penumbra por seguridad-, vuelve a estar de actualidad porque ha sido recogida en la película «La Infiltrada», protagonizada por Carolina Yuste y Luis Tosar y dirigida por Arancha Echevarria , que llega este viernes a los cines. El espectador se sumergerá en ese angustioso ecosistema en el que la vida de la policía dependía en buena medida de su capacidad de mantener la calma, de tomar decisiones muy rápidas, de no cometer ni un solo error. Un grupo de 12 policías, dirigidos por un jefe que además era el controlador de la joven, y por tanto su único contacto con su vida real, junto a un equipo del GEO, estaban en todo momento pendientes de ella; pero el riesgo vital que asumía era permanente, casi sin respiro... ¿Qué sucedía en esos meses en la casa? La reconstrucción de los hechos realizada por ABC -el autor de estas líneas ha sido el documentalista de la película - permite hablar de varias etapas. La primera, entre enero y septiembre de 1998, en la que Arantxa solo convive con Kepa Etxebarria en un piso de apenas 50 metros en el barrio de Intxaurrondo. Al principio, la desconfianza presidía las relaciones, y la policía sabía muy bien, tal como le insistía una y otra vez su controlador, que no podía tomar la iniciativa , que debía permanecer a la expectativa para no levantar sospechas. Era el terrorista quien debía llevar la voz cantante, el que marcara los tiempos de la relación. Arantxa, como también le había indicado su jefe, pasaba mucho tiempo fuera de casa, porque era la mejor forma de evitar peligros mayores. Además, tenía que trabajar como hasta entonces para poder pagar la casa y mantener su cobertura. En todo caso, en un espacio vital tan pequeño, con el paso de los días es inevitable que se gane algo de confianza con el compañero de piso , y eso es lo que sucedió, de forma natural, también en este caso. Por supuesto, la joven jamás olvidaba lo que era , ni tampoco su misión, pero precisamente para que ésta pudiera seguir adelante era necesario esa normalidad. Pasado algún tiempo, meses, esa confianza aumentó y hasta en alguna ocasión ambos fueron juntos a tomar una cerveza en una localidad próxima donde era más difícil encontrarse a alguien conocido. No era lo habitual, pero haberlo rechazado tampoco tenía sentido si quería seguir profundizando en la relación. El etarra estaba a gusto en la casa, Arantxa no le infundía sospecha alguna, cada día se abría más a ella y eso se traducía en información valiosa, que transmitía en las citas con su controlador en las cafeterías de tres hospitales públicos de la ciudad. La calma en la casa, sin embargo, se rompió en septiembre, con la llegada del segundo liberado, Sergio Polo. La tensión en ese pequeño piso de Intxaurrondo, de apenas 50 metros cuadrados , una sola habitación y un cuarto de baño, aumentó de forma exponencial por las actitudes de este individuo, de claros rasgos psicopáticos, que se erigió en jefe en virtud de su sangriento historial. Respecto a Arantxa, por una parte la despreciaba -desde el momento en que ella lo recogió en Isaba, en el valle navarro del Roncal ya tuvieron un fuerte enfrentamiento-, por otra no se terminaba de fiar de ella, pero no podía evitar sentirse atraído por su compañero y hasta celoso de su compañero. La situación no cambió con el traslado a otro piso, éste en la céntrica calle Urbieta, algo más amplio. Las discusiones entre los etarras por ella, incluso a voces, eran frecuentes. El machismo, y la falta de higiene sobre todo de Sergio Polo, insoportable. Arantxa debía lidiar con ello, sin humillarse ni aceptar vejaciones, pero sin llegar a un enfrentamiento frontal que podía acabar de mala manera. Los terroristas usaban a Arantxa sobre todo como conductora. También para alquilar algún inmueble que formaría parte de la infraestructura del Donosti. Aprovechando que tenía un horario flexible, siempre estaba dispuesta a llevarles en su coche a las citas con los colaboradores , aunque siempre les dejaba a una distancia prudente de donde iba a tener lugar
La vida real supera a la ficción. La frase, muy manida ya, alcanza sin embargo su máximo sentido en el caso de la joven policía nacional Arantxa Berradre (nombre de guerra), que durante 14 meses , entre enero de 1998 y marzo de 1999, convivió en un pequeño piso, primero en el barrio de Intxaurrondo y luego en la calle Urbieta de San Sebastián, con los etarras Kepa Etxebarria y Sergio Polo , los dos liberados del comando Donosti, ambos con delitos de sangre en su historial. En ese tiempo llevó a sus compañeros hasta la totalidad de los colaboradores de ese talde, dejó en evidencia que la tregua de ETA entonces en vigor era una trampa de la banda para reorganizarse y con su información se evitaron más de una decena de atentados. Los asesinos nunca sospecharon de Arantxa , que aguantó el tipo a pesar de que en muchas ocasiones la convivencia con los terroristas era un infierno. La historia de Arantxa, muchos de cuyos detalles sólo se conocen ahora -otros se mantienen en la penumbra por seguridad-, vuelve a estar de actualidad porque ha sido recogida en la película «La Infiltrada», protagonizada por Carolina Yuste y Luis Tosar y dirigida por Arancha Echevarria , que llega este viernes a los cines. El espectador se sumergerá en ese angustioso ecosistema en el que la vida de la policía dependía en buena medida de su capacidad de mantener la calma, de tomar decisiones muy rápidas, de no cometer ni un solo error. Un grupo de 12 policías, dirigidos por un jefe que además era el controlador de la joven, y por tanto su único contacto con su vida real, junto a un equipo del GEO, estaban en todo momento pendientes de ella; pero el riesgo vital que asumía era permanente, casi sin respiro... ¿Qué sucedía en esos meses en la casa? La reconstrucción de los hechos realizada por ABC -el autor de estas líneas ha sido el documentalista de la película - permite hablar de varias etapas. La primera, entre enero y septiembre de 1998, en la que Arantxa solo convive con Kepa Etxebarria en un piso de apenas 50 metros en el barrio de Intxaurrondo. Al principio, la desconfianza presidía las relaciones, y la policía sabía muy bien, tal como le insistía una y otra vez su controlador, que no podía tomar la iniciativa , que debía permanecer a la expectativa para no levantar sospechas. Era el terrorista quien debía llevar la voz cantante, el que marcara los tiempos de la relación. Arantxa, como también le había indicado su jefe, pasaba mucho tiempo fuera de casa, porque era la mejor forma de evitar peligros mayores. Además, tenía que trabajar como hasta entonces para poder pagar la casa y mantener su cobertura. En todo caso, en un espacio vital tan pequeño, con el paso de los días es inevitable que se gane algo de confianza con el compañero de piso , y eso es lo que sucedió, de forma natural, también en este caso. Por supuesto, la joven jamás olvidaba lo que era , ni tampoco su misión, pero precisamente para que ésta pudiera seguir adelante era necesario esa normalidad. Pasado algún tiempo, meses, esa confianza aumentó y hasta en alguna ocasión ambos fueron juntos a tomar una cerveza en una localidad próxima donde era más difícil encontrarse a alguien conocido. No era lo habitual, pero haberlo rechazado tampoco tenía sentido si quería seguir profundizando en la relación. El etarra estaba a gusto en la casa, Arantxa no le infundía sospecha alguna, cada día se abría más a ella y eso se traducía en información valiosa, que transmitía en las citas con su controlador en las cafeterías de tres hospitales públicos de la ciudad. La calma en la casa, sin embargo, se rompió en septiembre, con la llegada del segundo liberado, Sergio Polo. La tensión en ese pequeño piso de Intxaurrondo, de apenas 50 metros cuadrados , una sola habitación y un cuarto de baño, aumentó de forma exponencial por las actitudes de este individuo, de claros rasgos psicopáticos, que se erigió en jefe en virtud de su sangriento historial. Respecto a Arantxa, por una parte la despreciaba -desde el momento en que ella lo recogió en Isaba, en el valle navarro del Roncal ya tuvieron un fuerte enfrentamiento-, por otra no se terminaba de fiar de ella, pero no podía evitar sentirse atraído por su compañero y hasta celoso de su compañero. La situación no cambió con el traslado a otro piso, éste en la céntrica calle Urbieta, algo más amplio. Las discusiones entre los etarras por ella, incluso a voces, eran frecuentes. El machismo, y la falta de higiene sobre todo de Sergio Polo, insoportable. Arantxa debía lidiar con ello, sin humillarse ni aceptar vejaciones, pero sin llegar a un enfrentamiento frontal que podía acabar de mala manera. Los terroristas usaban a Arantxa sobre todo como conductora. También para alquilar algún inmueble que formaría parte de la infraestructura del Donosti. Aprovechando que tenía un horario flexible, siempre estaba dispuesta a llevarles en su coche a las citas con los colaboradores , aunque siempre les dejaba a una distancia prudente de donde iba a tener lugar para que no pudiera ver al interlocutor. El equipo de policías, alertados previamente por las escuchas o por la propia infiltrada, los seguían de forma discreta e iban identificando a los reclutados, todos viejos 'clientes' por sus actividades en la kale borroka . En cambio, los etarras preferían regresar a su casa por sus propios medios. Los lugares de esas citas con 'laguntzailes' (colaboradores) eran variados. Si se trataba de un monte, los policías aprovechaban la afición que hay en el País Vasco a andar por ellos para desplegarse sin levantar sospechas. En otras ocasiones solo con ver la zona a la que se dirigían les bastaba para saber con quién iba a reunirse, porque los reclutados habían sido 'chicos de la gasolina', como les bautizó Xabier Arzalluz, por entonces presidente del PNV. Cada día, Polo y Etxebarria se jugaban a los chinos quién bajaba a comprar el Gara . Salían poco del piso, y era un aliciente para poder estirar las piernas. En la calle utilizaban técnicas para detectar seguimientos. Cada uno salía en una dirección opuesta, se cruzaban y volvían a reunirse en el punto de partida. La Policía lo sabía y se limitaba a poner un agente en los puntos por los que debían pasar, de modo que no les podían descubrir. Por las noches «Crónicas Marcianas» , el 'late night' de Telecinco dirigido por Xavier Sardà era obligatorio. Entonces sí subían el volumen de la televisión, lo cual dificultaba mucho las escuchas. Durante el día, si no había otra actividad, su principal entretenimiento era un videojuego igualmente ruidoso, por lo que se reproducía el problema. Además, les gustaba el fútbol -Kepa Etxebarria, guipuzcoano, era del Athletic de Bilbao, y Sergio Polo, vizcaíno, de la Real Sociedad- y alguna botella de güisqui (del caro) abrieron para celebrar un buen resultado internacional de uno de sus equipos. Cuando querían hablar de su actividad criminal, Sergio Polo llevaba a su compañero a la cocina y hablaban en voz baja, para desesperación de los policías que estaban en un piso de enfrente con los equipos de escucha . En esos momentos mantenían al margen a Arantxa, de la que Polo no terminaba de fiarse, aunque no sabía por qué. O simplemente era una forma de demostrarla quién mandaba allí. Las discusiones 'políticas' , algunas provocadas por la Inflitrada para obtener algo más de información, eran de un nivel lamentable. Sí salía a colación que la tregua era una trampa, algo que ya sabía la Policía por los movimientos de los liberados, pero Polo, en su delirio, llegó a afirmar que cuando Euskadi fuese libre ellos serían los los directores delas empresas, los presidentes de los bancos, los que estén en el Gobierno... Mientras, Arantxa, que apenas tenía contacto con su familia, seguía manteniendo la calma, viviendo una vida paralela, con la angustia acumulada de que cualquier error lo podía pagar con la vida, por mucho que su controlador la intentara tranquilizar sobre su seguridad. Esa fuerza mental fue la que le salvó; recibía instrucciones, por supuesto, pero sabía que a la hora de la verdad estaría sola y era posible que nadie pudiera ayudarla. Pocas veces detectó a sus compañeros en la calle. En una de ellas, paseaba con uno de los terroristas cerca de su domicilio. Tenía una reacción alérgica en el rostro y al cruzarse con un inspector intercambiaron una mirada rápida. Ella supo de inmediato que aquella persona formaba parte del equipo que la vigilaba y protegía. A primeros de marzo de 1999 cayó en Francia Kantauri , jefe militar de ETA, en una operación de la Guardia Civil. El pánico se apoderó de Polo, que ordenó una salida en estampida. Era el 10 de marzo de 1999 . Después de comer, Arantxa los dejó en un piso de Anoeta, que ya conocía la Policía previamente por el trabajo anterior. El despliegue fue rápido, tanto del equipo de la Brigada de Información de San Sebastián como del GEO. La orden era esperar a que salieran de la vivienda, porque se sabía que su objetivo era huir a Francia. Al poner el pie en la calle la Policía les dio el alto. Hubo un tiroteo, por fortuna sin heridos. Los terroristas tenían mucho más valor vivos que muertos . Kepa Etxebarria fue el primero en caer; Polo comenzó a disparar pero un inspector del grupo especial de operaciones, que se jugó la vida, se fue a por él y lo neutralizó. En los minutos siguientes cayeron o tros siete etarras en distintos puntos de la ciudad. Era el punto final de la historia de Arantxa Berradre, no de la policía que había detrás de esa máscara, aún hoy en activo. En los interrogatorios Sergio Polo volvió a demostrar lo que era. Al ser detenido cuando intentaba disparar sufrió una luxación de hombro. Los dolores que tenía eran muy fuertes. El inspector que le interrogaba le ofreció un analgésico, pero lo rechazó. Temía que lo drogasen ...
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