¡Tan grande! ¡Tan pequeña!

Claudia Sheinbaum ha demostrado ser una lideresa nacional enfocada, concentrada, con capacidad de reacción y respuesta. Sin embargo, también ha mostrado su faceta de soberbia y orgullosa.

Feb 6, 2025 - 10:52
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¡Tan grande! ¡Tan pequeña!

La presidenta de México nos ha permitido conocer con mayor detalle la firmeza de sus convicciones, su capacidad de negociación política, incluso su pragmatismo a la hora de enfrentar situaciones amenazantes para México.

Es decir, hemos presenciado a una lideresa nacional enfocada, concentrada, con capacidad de reacción y de respuesta. Bien valorada en la encuesta de percepción pública de EL FINANCIERO, publicada hace un par de días: 81% de aprobación. Contundente.

Hemos tenido una presidenta grande, que no se aminora ante la amenaza o el discurso hostil de Donald Trump.

En esta dimensión impecable, con los matices de siempre de si es prudente o no enfrascarse en intercambios verbales inútiles, que solo elevan un tono de tensión y de reyerta que, hasta ahora, se han logrado evitar.

Reconocimiento total a la presidenta, precisa, puntual, con el acento en lo importante y no en la retórica discursiva.

Pero si volteamos a la política doméstica, su insistente y forzada posición por la reforma judicial, su atropello a leyes y derechos de servidores públicos, pero sobre todo a los integrantes de la Suprema Corte de Justicia, o debiera decir a los agonizantes integrantes, esa grandeza en lo internacional se derrumba en lo nacional.

La presidenta, soberbia y orgullosa —qué distinto perfil al de la negociación con Trump— se jactó en la mañanera de hace un par de días de no haber invitado a la ministra Piña y a los otros ministros. A la pregunta expresa de por qué, respondió: “es obvio… las razones están a la vista”. La actitud de la Corte se ha hecho merecedora de ese tratamiento, insinuó con otras palabras.

La doctora Sheinbaum desconoce o pretende ignorar que ella no está por encima de los otros poderes. Entiendo que no lo crea, porque heredó de su nefasto antecesor la premisa de la sumisión total al Poder Ejecutivo y ella actúa en consecuencia.

¿A qué actitud o conducta de la Corte se refiere? Tal vez a que no han sido sumisos al Ejecutivo, a que no han mostrado aprobación y respaldo a la destrucción institucional del aparato de justicia, a las leyes, al servicio público judicial de carrera, a la manoseada selección de candidatos —ahora lo sabemos— todos afines a Morena.

Claudia Sheinbaum no es la dueña de la Constitución. Ella, que se asume como auténtica demócrata, debiera mostrar un mínimo decoro por guardar las formas.

Si alguien pudiera erigirse como la defensora por oficio de la Constitución, es precisamente la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

La presidenta despreció a lo que queda de la Corte, les negó la invitación y se convirtió en la dueña del festejo constitucional en una actitud vergonzosa de un auténtico jefe de Estado.

Eso sí, por ahí estuvieron las tres abyectas y serviles morenistas para hacer creer que con su presencia la Corte está representada. No son ni la mitad. Estuvo la ministra espuria —sin tesis ni credenciales para ocupar su sitio— acompañada por la ministra militante —autollamada del pueblo— y la otra, que hasta de sello personal carece.

La presidenta de México será la responsable de barrer y eliminar por completo un Poder Judicial autónomo, independiente, un auténtico contrapeso a los frecuentes excesos del Ejecutivo y las descabelladas iniciativas del Legislativo.

Tendremos, a partir de la locura electoral de junio, un Poder Judicial controlado por el Ejecutivo, por el partido gobernante y sus caciques.

¿Qué necesidad tenía Claudia Sheinbaum de infringir esa última —esperemos— humillación a los restantes ministros? Ninguna. Solo pisar, avasallar, demostrar que estás con nosotros o no existes.

La talla política de Sheinbaum, aún en evaluación, podría crecer desmesuradamente si se librara de la sombra y la destructora herencia de su mentor y padrino. Pero no es así. Los hechos son que ella aplaude todo lo anterior, reproduce las mismas prácticas —aunque resulten antidemocráticas— y aplasta a quienes piensan de forma distinta.

Su discurso de ayer en la ceremonia de aniversario constitucional, rodeada por morenistas —¡Vaya usted a creer! Solo ellos son la patria, el país y lo que importa—, se inflamó en sentimientos nacionalistas. “Ni colonias ni protectorados” y todos esos llamados a la soberanía y todo lo demás. Vítores baratos desde las gradas. Nada más.

No mostró altura de Estado al convocar e incluir a la oposición extendida, no se irguió como auténtica presidenta convocando a los actores principales en la fiesta de la Constitución, aunque sostengan diferencias irreconciliables. Fue pequeña, egoísta y vengativa.

Un presidente es el jefe del Estado mexicano, no es un jefe de un partido ni de una organización.

Representa a todos los mexicanos, a los que votaron por usted, pero también a los que no votaron por usted.

Por el bien de México, ¡actúe en consecuencia!