Cuando los piratas se convirtieron en corsarios: la historia de una traición
A lo largo de la historia, los mares han sido testigo de las asombrosas excursiones y hazañas de los temidos los piratas y corsarios. Desde la antigüedad, los piratas eran conocidos como los bandidos del mar, pues se dedicaban a atacar barcos o puertos para saquearlos y apoderarse de sus tesoros. La piratería vivió su … Continuar leyendo "Cuando los piratas se convirtieron en corsarios: la historia de una traición"
A lo largo de la historia, los mares han sido testigo de las asombrosas excursiones y hazañas de los temidos los piratas y corsarios. Desde la antigüedad, los piratas eran conocidos como los bandidos del mar, pues se dedicaban a atacar barcos o puertos para saquearlos y apoderarse de sus tesoros. La piratería vivió su máximo esplendor en el siglo XVI, cuando tras el descubrimiento del oro en América comenzaron a atacar las riquezas coloniales de los imperios español y portugués.
Los corsarios, a diferencia de los piratas, navegaban por el mar bajo el amparo de la corona o el gobierno. Por lo general, actuaban bajo represalia y tenían como objetivo debilitar a una potencia enemiga robándole tesoros transportados por mar, así como conservados en las áreas costeras.
Historia y evolución de la piratería
La piratería ha existido desde tiempos remotos, pero su actividad más conocida surgió entre los siglos XVII y XVIII, en la llamada Edad de Oro de la Piratería. Durante esos años, la aparición de grandes riquezas de oro y plata en América despertó la codicia de los enemigos de España. De ahí que muchos piratas y marineros se desplazaran al Caribe en busca de aventura, pero, sobre todo, de botines y riquezas que trasportaban los navíos españoles.
Los piratas solían refugiarse en las islas caribeñas, ya que muchas de ellas se encontraban desiertas y les facilitaba el asalto a los navíos españoles. Durante los primeros años, los piratas se dedicaron a comerciar con el producto de la caza, abasteciendo de contrabando a barcos mercantes.
Luego, se unieron a colonos ingleses y franceses que buscaban riquezas y aventuras, y comenzaron a asaltar mercantes españoles desde sus bases en tierra, para luego ampliar sus operaciones y participar en varios de los numerosos ataques ingleses contra las fortalezas españolas en el Caribe.
De piratas y corsarios
Los ingleses y franceses que se instalaron en el Caribe eran en su mayoría marineros contratados por sus gobiernos para atacar barcos enemigos. Estos ataques estaban dirigidos por corsarios, capitanes de navío, que habían obtenido del gobierno inglés una licencia de corso que les autorizaba a asaltar y saquear barcos o enclaves hispanos.
Como los corsarios navegaban con el beneplácito de un gobierno, algunos piratas decidieron convertirse en corsarios. A diferencia de los piratas comunes, este tipo de asaltantes de mar contaban con protección legal relativa y un aval oficial. La nación que les concedía este permiso tenía aún parte en el gasto del negocio, por lo que exigían una parte del botín capturado.
Las operaciones corsarias solían centrarse en objetivos vinculados a los intereses nacionales. Un ejemplo de corsario popular de la época fue Francis Drake, quien apoyado por la reina Isabel I de Inglaterra, actuó motivado mayormente por las rivalidades navales de la época.
Sin embargo, los piratas y corsarios no se limitaron únicamente a atacar y saquear los navíos españoles, sino que también desembarcaban en las zonas costeras, asolándolas y pidiendo rescate por su liberación.
Una lucha conjunta
La aparición de la figura del corso en América fue una consecuencia de la política de “mare clausum” impuesta por España y Portugal en las Indias. La misma se sustentaba en donación papal estipulada en las Bulas Alejandrinas (1493) y en el subsiguiente régimen de monopolio comercial.
Los corsarios y los piratas obviaron estos derechos y recurrieron a la violencia para participar en el botín americano, pues consideraban que el océano era un “mare liberum”. Inglaterra y Francia fueron las principales naciones en prestar su ayuda a piratas y en otorgar la “patente de corso” para capturar buques españoles y minar el poderío español.
No obstante, para los españoles estos corsarios eran simples piratas, ya que sus tripulaciones estaban compuestas por aventureros que tenían muchas características de bandidos. Ciertamente, resultaba muy difícil separar la historia del corso de la piratería, porque sus actuaciones fueron similares y a menudo actuaban conjuntamente.
Los periodos más importantes de los corsarios se produjeron bajo el dominio francés (1521-1585), cuando destacaron los corsarios Jacques Sores y Robert Baal; y bajo el predominio inglés (1585-1625), con figuras como John Hawkins, Francis Drake y Henry Morgan.
Cuando finalmente los ingleses lograron la autorización española para comerciar con las colonias de América (Tratado de Utrecht), pudieron hacer contrabando legalizado. Y, a partir de entonces, fueron los españoles los que comenzaron a organizar su actividad de corso, justamente para defender sus costas y evitar el contrabando.
Conclusión
Lo que comenzó como una lucha por la libertad en alta mar se convirtió en una forma de servicio a las naciones, donde la traición a la independencia se vio compensada por la promesa de riquezas y reconocimiento. Esta dualidad entre el espíritu libre de los piratas y la disciplina de los corsarios es un recordatorio de que la historia marítima está llena de matices, donde las lealtades pueden cambiar tan rápido como las corrientes del océano.