El falangista Donald Trump
"America first" (Estados Unidos primero), bramó Donald Trump en el discurso de su toma de posesión, el 20 de enero de 2017. Y «America first» bramó de...
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"America first" (Estados Unidos primero), bramó Donald Trump en el discurso de su toma de posesión, el 20 de enero de 2017. Y "America first" bramó de nuevo en su toma de posesión, el 20 de enero de 2025. A Trump le gusta solemnizar las obviedades porque, como es evidente, su país es lo primero para cualquier mandatario. El mensaje, sin embargo, es de fácil entrada en las mentes actuales, castigadas por los efectos funestos de las redes sociales, donde el pensamiento elaborado está desaparecido en combate.
Francia es lo primero para Emmanuel Macron, igual que Italia es lo primero para Giorgia Meloni, y China es lo primero para Xi Jinping, y España es lo primero para Pedro Sánchez, y Estados Unidos era lo primero para Joe Biden. Pero la obscena simplificación es el signo de nuestro tiempo, porque un mensaje de más de dos palabras empieza a resultar demasiado complejo, por lo que parece.
Ahora, metidos ya en la tercera semana de mandato de Trump, hemos podido confirmar algunas características del personaje que no por conocidas, dejan de ser peligrosas. Una es la voracidad en el mando. Trump no se considera el presidente de Estados Unidos y, como consecuencia, el hombre más poderoso del mundo; Trump se considera el dueño de Estados Unidos y, por consiguiente, se cree con el derecho de imponer sus deseos. La arrebatadora pasión con la que firma órdenes ejecutivas le ha llevado a una intensa turbulencia normativa para aprobar y derogar decretos. Está en su mano hacerlo, pero muestra un desprecio abrumador sobre el trabajo de un poder legislativo que, sin embargo, también está en sus manos. ¿Para qué esperar al Capitolio si él dispone del poder de la Casa Blanca? Y desde su despacho oval ha adoptado decisiones que nos remiten a tiempos remotos y oscuros en España, como la imposición de aranceles a países vecinos y aliados.
Trump trata de establecer un sistema económico incompatible con el liberalismo del que presume, y que algunos –engañados por el personaje– han querido creer. Elevar los aranceles a porcentajes inasumibles es propio de la economía autárquica impuesta por los falangistas que rodeaban a Franco en los inicios de la dictadura.
La libre circulación de productos es una de las bases fundamentales del liberalismo económico, propio de las democracias autocalificadas como liberales, de las que Estados Unidos fue un ejemplo. Fue.
Igual de falangista es ese discurso condescendiente hacia los trabajadores de baja cualificación, a los que Trump ha cortejado durante su campaña, y que le han votado masivamente. Trump ignorará (igual que otras muchas cosas) lo que fue el falangismo en España. Pero sus decisiones y sus formas convierten al presidente americano en un digno sucesor.