Yo ya no sé si soy de los nuestros
En La Moncloa Newsletter del martes podía leerse que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el retiro informal de líderes de la Unión Europea, convocado...
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En La Moncloa Newsletter del martes podía leerse que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el retiro informal de líderes de la Unión Europea, convocado por el presidente del Consejo Europeo, António Costa, para abordar cuestiones relativas a la defensa, ha defendido una visión integral de la seguridad para hacer frente a amenazas como los conflictos, el terrorismo, el narcotráfico, los ciberataques y la desinformación.
Según Sánchez para España esa visión 360º aporta un valor añadido a la UE, asegura su autonomía estratégica y atiende a la necesidad de reforzar sus capacidades, prestando especial atención a la estabilidad de la Vecindad Sur, donde incluye a Oriente Próximo y el Sahel. O sea, la gallina. Para completar el diseño, solo habría hecho falta salpimentar con vocablos como paridad, verde, digital, sostenible, agenda 2030, herramientas, talleres y las inevitables referencias mitineras de que no dejaremos a nadie atrás ni abandonaremos las justas causas de los pueblos oprimidos, cualquiera que sea su ubicación en el mapamundi.
Se ha insistido en que se trataba de la primera reunión de los Veintisiete enfocada exclusivamente en la defensa. Pero, en realidad no era una reunión de los Veintisiete porque estaban sentados también a la mesa el primer ministro de Reino Unido, Keir Starmer, y el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, sin que haya duda de que a ambos les habrá faltado tiempo para reportar al presidente norteamericano, Donald Trump, sobre lo tratado en semejante retiro del Palais d’Egmont, que se alza en la plaza du Petit Sablon de Bruselas. Sin embargo, que no tuviera asiento a la mesa nuestro Zelenski fue toda una declaración de principios o, mejor, toda una renuncia para evitar cualquier roce con el nuevo Washington.
Estamos en un momento incierto en el que quien ha venido siendo nuestro más poderoso aliado se encuentra en plena deriva para convertirse en nuestra principal amenaza. Así lo están percibiendo Dinamarca –cuya Groenlandia ha sido declarada abiertamente objeto de la ambición del trumpismo rampante– y, del otro lado del Atlántico, países como México y Canadá, con la subida de los aranceles. Pero la relación de fuerzas es tan desfavorable que a ambos lados del océano unos y otros podríamos acabar cumpliendo el aforismo de Elías Canetti en La provincia del hombre, a tenor del cual "la alegría del más débil es darle algo al más fuerte". En medio de un desconcierto como el que llevó a Pío Cabanillas a exclamar: "Yo ya no sé si soy de los nuestros".
Durante este retiro que, a juzgar por lo que ha trascendido, tampoco ha estado centrado exclusivamente en Defensa, los líderes han tratado sobre las capacidades, la financiación y las diferentes formas de cooperación entre los Estados miembros para responder a las demandas, evitar duplicidades y garantizar la eficiencia. Lo que defiende Pedro Sánchez es que la inversión en seguridad debe ir acompañada del fortalecimiento de la industria europea y la búsqueda de fórmulas que logren reducir nuestras dependencias, pero, eso sí, se abstiene de señalar cuáles son esas o respecto de quien se producen. Luego da rienda suelta a una retahíla de tópicos para insistir en que el debate sobre las capacidades ha de lograr que el aumento del gasto en Defensa contribuya a reforzar la competitividad, a fortalecer la cohesión, a desarrollar la excelencia tecnológica y a crear empleo. ¿Hay quien dé más? Así que se acabaron los dilemas, como el de cañones o mantequilla, porque según Sánchez para España el gasto en defensa debe integrarse en la transformación de su economía, con el objetivo añadido de lograr una transición verde y digital.