Las guerras comerciales de Trump y las alternativas
Los movimientos de Trump “darán lugar a una espiral proteccionista de consecuencias muy negativas. Enfrentar el capitalismo de la confrontación y la desigualdad no pasa por reivindicar un capitalismo idealizado e inverosímil”, escribe el economista Fernando Luengo. La entrada Las guerras comerciales de Trump y las alternativas se publicó primero en lamarea.com.
Aunque las restricciones al comercio ya habían proliferado en los últimos años de manera notable, especialmente en lo que concierne a las relaciones entre las dos superpotencias, China y Estados Unidos, en estos días estamos siendo testigos de su intensificación por parte de la nueva administración estadounidense de Donald Trump.
Tal y como había prometido el recién elegido presidente de este país, ha procedido a aumentar de manera sustancial los aranceles, pieza clave de su “Hacer América grande de nuevo”. En un primer momento, las economías afectadas en esta oleada proteccionista han sido Canadá, México y China (la nueva regulación arancelaria aplicada a los dos primeros países ha sido provisionalmente suspendida, haciéndola depender de sendas negociaciones en materia migratoria y tráfico de drogas; para ser más precisos, de que los gobiernos canadiense y mexicano acepten los designios imperiales de Trump), pero todo parece indicar que en los próximos días y meses aumentarán las barreras arancelarias aplicadas a estas y otras economías, incluidas las europeas.
Ello, con toda seguridad, provocará –de hecho, ya está provocando– reacciones del mismo tenor en las economías involucradas, lo que dará lugar a una espiral proteccionista de consecuencias muy negativas. Una espiral que afectará muy negativamente a la actividad económica de los países implicados en la escala arancelaria y al conjunto de la economía global (consecuencias de enorme calado en las que ahora no me detendré y que van mucho más allá de una sustancial desaceleración del crecimiento económico y un aumento de la inflación). Y, como siempre, forma parte del ADN del capitalismo, esos costes se distribuirán muy desigualmente, entre países, empresas y grupos sociales.
“Implicaciones dramáticas, imprevisibles y posiblemente irreversibles”
Todo ello se suma a un escenario que ya está dominado por la confrontación –económica, política, militar– que, de intensificarse (lo más probable cuando escribo estas líneas), claramente la estrategia estadounidense, tendrá implicaciones dramáticas, imprevisibles y posiblemente irreversibles.
El brusco aumento de los aranceles tendrá un efecto inmediato en los flujos comerciales globales, provocando una notable desaceleración de los mismos, sin descartar su retroceso, que afectará tanto al volumen de las exportaciones e importaciones como a su orientación geográfica. Un escenario de contracción y pugna que ha llevado a que algunos «analistas y opinadores» reivindiquen, con añoranza, en calidad de motores del crecimiento económico y el bienestar social, las virtudes del libre comercio y la globalización sin restricciones.
Un lugar común, con una manifiesta carga ideológica, que nos habla de un capitalismo idealizado que, en realidad, nunca ha existido, ni en los años de crisis ni en los periodos de bonanza económica.
Globalización
Esa globalización que proclamaba la existencia de un “terreno de juego plano», sin restricciones al libre movimiento de mercancías, servicios, capitales y personas, donde todos los jugadores, si las sabían aprovechar, tenían parecidas oportunidades, que generaba ganancias para todas las economías que se abrieran con determinación a la competencia internacional, y que, como resultado de la acción de estos factores, se traducía en un crecimiento económico fuerte y sostenido en el tiempo.
La realidad, sin embargo, ha ido por otros derroteros. Porque lo cierto es que el crecimiento prometido por los defensores de ese mundo global quedó muy lejos de esas expectativas y, además, las ganancias del mismo se repartieron muy desigualmente; en esos años de globalización y de fuerte expansión de los flujos comerciales, ganaron sobre todo los países con mayor potencial productivo y tecnológico, las corporaciones y los grandes bancos, mientras que los países subdesarrollados, al tiempo que se les exigía abrir de par en par las puertas de sus economías a la entrada de mercancías y capitales foráneos, tuvieron que enfrentar numerosas restricciones que dificultaban o impedían su acceso a los mercados globales.
Por lo tanto, no nos despistemos. Enfrentar el capitalismo de la confrontación y la desigualdad no pasa por reivindicar un capitalismo idealizado e inverosímil. Necesitamos aquí y ahora otras políticas, al servicio de otra economía, y las necesitamos ya. Ni la guerra comercial, que supone un paso más en la geopolítica del conflicto, ni la apelación a las supuestas virtudes de la globalización de los mercados y del libre comercio. Urge pensar y actuar desde otros parámetros, alejados de ambas camisas de fuerza, que ponga en el centro de las políticas comerciales (y del conjunto de las políticas económicas) la sostenibilidad y la igualdad, que ahora mismo tan solo son palabras vacías, sin contenido alguno.
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