Quejarnos nos hace infelices y aún así al cerebro le gusta
La licenciada Liria Ortiz conoce bien cómo funciona este mecanismo en la mente humana y escribió un libro que nos enseña a orientarnos más hacia la acción y menos hacia la queja
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Quejarse es un arte y muchos tienen el don. Que si llueve, si hace calor, si hay muchas cosas para hacer, si es un día aburrido... Pero, para la psicóloga Liria Ortiz —uruguaya radicada en Suecia y autora de ‘El arte de quejarse’— quejarse menos es una forma de empezar a ser más felices.
Vive en Suecia desde hace más de 30 años y ha visitado Uruguay casi todos los años desde entonces. Es magíster en Terapia Cognitiva Conductual y en Terapia de Aceptación y Compromiso, además de especialista en psicología clínica, conferencista y escritora. Conversó con El País acerca de por qué nos quejamos y qué podemos hacer para cambiar ese comportamiento.
— ¿Por qué quiso dedicarle un libro a la queja?— Porque nos quejamos demasiado. Una cosa identificar una falta, señalarla y moverse para que cambie. Pero la queja funciona diferente: allí no hay ningún movimiento hacia el hacer. Por ejemplo, uno se queja del calor cuando hace calor y del frío cuando hace frío, y son cosas que no puede cambiar. Por supuesto que si nos quejamos un poco no pasa nada; el problema es cuando eso se convierte en una forma de interacción permanente a tal punto que, ni bien encontramos a otro, nos quejamos. Eso influye de manera negativa en la vida, las relaciones y el cerebro.
— ¿Cuáles son las consecuencias?— En casos extremos puede llevar a depresión, pero, sin llegar a eso, uno se torna infeliz porque siempre mira aquello que le falta o que no funciona. Y pierde el placer que hay en las pequeñas cosas de la vida…
— Si genera infelicidad, ¿por qué seguimos haciéndolo?— Lo que sucede es que, cuando uno se queja, su cerebro lo interpreta como si hubiera hecho algo al respecto y hay un alivio momentáneo. Pero ese alivio es muy circunstancial y pasadas unas horas reaparece el deseo de quejarse.
— ¿Cómo podemos ayudar a alguien que se queja todo el tiempo?— No hay que darle demasiada atención. Podemos decirle algo así como: ‘Sé que querés hablar de esto, pero ¿podemos cambiar de tema?’. Y si la persona continúa, podemos tomar una postura más radical y responder que estamos ocupados o que no tenemos tiempo para escuchar eso en ese momento. Si, por el contrario, comentamos algo respecto a la queja, contribuimos a que la persona siga quejándose.
— Y si uno mismo reconoce que se queja mucho, ¿cómo puede hacerlo menos?— El primer paso es darse cuenta en qué situación se queja y qué gana con esa conducta, es decir, qué función cumple la queja para la persona. Es un trabajo de auto-observación. Luego, una estrategia puede ser permitirse quejarse intensamente durante diez minutos y luego cortarlo de raíz y ponerse a hacer otra cosa. A su vez, si uno tiene una persona de confianza, puede decirle que está intentando quejarse menos para que el otro lo observe y le señale cuando empiece a hacerlo. Estudios dicen que no somos buenos para observarnos a nosotros mismos, pero que, cuando otro comete un error, lo vemos inmediatamente. Usemos eso a nuestro favor.
Si uno observa que está quejándose, el siguiente paso es pensar si puede hacer algo para cambiar esa situación, aunque sólo pueda mejorar la realidad un poquito. Por ejemplo, si se queja de que los demás son desagradables, puede plantearse cómo ser agradable él mismo o ella misma.
Si uno observa que está quejándose, el siguiente paso es pensar si puede hacer algo para cambiar esa situación, aunque sólo pueda mejorar la realidad un poquito. Por ejemplo, si se queja de que los demás son desagradables, puede plantearse cómo ser agradable él mismo o ella misma.
— ¿Qué tan presente está la queja en el consultorio?— Al principio, mucho. Algo que aparece con frecuencia es la queja por cómo es el otro y la necesidad de cambiarlo; ya sea a la madre, a alguien más de la familia, a un compañero o compañera, etcétera. Y esas cosas son muy difíciles de cambiar. Por supuesto que uno puede hablar con la persona, pero, en esos casos, lo mejor es cambiar uno mismo. Así, el paciente se orienta a la acción en lugar de a la queja. Claro que cuesta y que no es de un día para el otro, pero, con práctica y tiempo, es posible.
— ¿Y qué tan presente está la queja en Uruguay en comparación, por ejemplo, a Suecia?— Me da la impresión de que los uruguayos se quejan más que los suecos. Acá la gente se queja, pero no tanto. Es una observación no científica, por supuesto, pero veo que en Uruguay decir ‘estoy bien’ o ‘gano lo suficiente para mantenerme bien’ es un pecado capital. Nadie lo dice. Y lo cierto es que, viviendo fuera, me he dado cuenta de que somos muy privilegiados en muchas cosas. No somos el país menos machista del mundo, pero los derechos de las mujeres están claros. Estamos dentro de los países que tienen menos censura de prensa. Por supuesto que hay cosas que no funcionan —como en todos lados—, pero hay mucho que funciona, y bien.