Curioso, “quien busca encuentra”
Milla de Oro, España. Hace un par de meses estuvo en México Conrado Íscar, el presidente de la diputación de Valladolid, y me pareció un poco exagerado de su parte cuando me dijo que en la Milla de Oro había ocho restaurantes mencionados en la Guía Michelín.La Milla de Oro es ese tramo simbólico de la Ribera del Duero donde se concentran las grandes bodegas de vino, que le han dado prestigio a esa zona como una de las mejores para producir esta extraordinaria bebida.La semana pasada estuve en Peñafiel, una pequeña población de menos de seis mil habitantes, y qué curioso pude constatar el gran valor gastronómico de la zona hasta que estuve en el restaurante “Curioso”, precisamente uno de los mencionados por la Guía Michelin.Allí conocí a la chef Marina de la Hoz Bombín y a Luis de Miguel Aragoneses, los propietarios de Curioso, un restaurante pequeñito que cuenta con una de las mejores cartas de vino de la zona y que ha ganado prestigio por la calidad de sus productos y la forma en que los preparan.Su oferta es una carta de mercado que pone en valor la tradición culinaria de la zona y los productos locales tratándolos con todo el respeto que se merecen.Iniciamos ese comelitón de seis platos, con un rollo de acelga con pimientos asados a la leña tan crocantes y dulces que le daban una consistencia a la delicada hoja que los envolvía.Una virutas de témpura crujientes coexistiendo con una salsa de azafrán le dieron equilibrio al plato, pero debo confesar que a mi los pimientos me van muy mal así es que se lo pasé al sponsor.En recompensa a mi antojadizo paladar, llegó un cardo rojo que poco se usa en México; un vegetal de invierno con un ligero amargor que fue perfectamente desactivado con una crema de castañas y en donde predominaban tremendas lajas de trufa negra. Un festín para mi gusto.Debo decir que ésta es la época de trufas y que, encerradas en un frasco de vidrio, delante de mis ojos aparecieron algunos de estos hongos provenientes de esta misma región y que fueron los más grandes que he visto en mi vida.Aragonés hizo la broma de que eran kilómetro diez y no cero, porque había esa distancia hasta el bosque donde se encuentra esta delicia subterránea.En vinos se rompen génerosEl sponsor se encontraba como perro en carnicería o niño en juguetería, saltando de la emoción, porque todo el tiempo estuvo preguntando con imprudencia sobre las pequeñas bodegas de la Milla de Oro, precisamente a los propietarios de las grandes bodegas.Aquí Aragoneses se ha esmerado por identificar a varios de ellos y de las muchas etiquetas que probamos ninguna se puede conseguir en México y varias nos sorprendieron por esa minuciosidad que caracteriza a los pequeños grandes productores.Aquella tarde probamos la gyoza de manita de lechazo (así le llaman al cordero bebé que no se ha alimentado de hierbas) guisado con pimentón ligeramente picante, asentada sobre una salsa de azafrán y un brote de orégano fresco, que resaltaba el conjunto de sabores contundentes cada uno por sí mismos.Probablemente el platillo más celebrado sea un picadillo de corso como se le conoce a esos venados que pululan por la región y que son repelidos por los productores de vino dado que se comen las uvas.La carne muy finamente picada estaba acompañada de trocitos de verduras y un aliño “picante y dulzón”, como diría Agustín Lara, con un par de plumas de pasta frita encima coronada con una hojita, de cuyo nombre no puedo acordarme, y que en su conjunto eran un homenaje a la pasta boloñesa.Luego vino una corvina, un pescado graso reforzado con el humo de la parrilla; acompañado de un hongo que se conoce como angula de monte y unas setas escabechadas.Así llegaron los sabores dulces como la manzana, vainilla y hojaldre o la pavlova con fruta de la pasión y yogur.Dicen De la Hoz Bombín y Aragoneses, al describir su misión, que la curiosidad es el comienzo de la creatividad, el punto de partida para encontrar un rumbo propio y ellos lo están haciendo.Así es que sólo me queda reconocer que Conrado Íscar tenía razón cuando presumía la calidad gastronómica de la Milla de Oro y también debo quitarme el sombrero ante el talento de sus propietarios o mejor dicho el “bombín” como se apellida la chef.
Milla de Oro, España. Hace un par de meses estuvo en México Conrado Íscar, el presidente de la diputación de Valladolid, y me pareció un poco exagerado de su parte cuando me dijo que en la Milla de Oro había ocho restaurantes mencionados en la Guía Michelín.
La Milla de Oro es ese tramo simbólico de la Ribera del Duero donde se concentran las grandes bodegas de vino, que le han dado prestigio a esa zona como una de las mejores para producir esta extraordinaria bebida.
La semana pasada estuve en Peñafiel, una pequeña población de menos de seis mil habitantes, y qué curioso pude constatar el gran valor gastronómico de la zona hasta que estuve en el restaurante “Curioso”, precisamente uno de los mencionados por la Guía Michelin.
Allí conocí a la chef Marina de la Hoz Bombín y a Luis de Miguel Aragoneses, los propietarios de Curioso, un restaurante pequeñito que cuenta con una de las mejores cartas de vino de la zona y que ha ganado prestigio por la calidad de sus productos y la forma en que los preparan.
Su oferta es una carta de mercado que pone en valor la tradición culinaria de la zona y los productos locales tratándolos con todo el respeto que se merecen.
Iniciamos ese comelitón de seis platos, con un rollo de acelga con pimientos asados a la leña tan crocantes y dulces que le daban una consistencia a la delicada hoja que los envolvía.
Una virutas de témpura crujientes coexistiendo con una salsa de azafrán le dieron equilibrio al plato, pero debo confesar que a mi los pimientos me van muy mal así es que se lo pasé al sponsor.
En recompensa a mi antojadizo paladar, llegó un cardo rojo que poco se usa en México; un vegetal de invierno con un ligero amargor que fue perfectamente desactivado con una crema de castañas y en donde predominaban tremendas lajas de trufa negra. Un festín para mi gusto.
Debo decir que ésta es la época de trufas y que, encerradas en un frasco de vidrio, delante de mis ojos aparecieron algunos de estos hongos provenientes de esta misma región y que fueron los más grandes que he visto en mi vida.
Aragonés hizo la broma de que eran kilómetro diez y no cero, porque había esa distancia hasta el bosque donde se encuentra esta delicia subterránea.
En vinos se rompen géneros
El sponsor se encontraba como perro en carnicería o niño en juguetería, saltando de la emoción, porque todo el tiempo estuvo preguntando con imprudencia sobre las pequeñas bodegas de la Milla de Oro, precisamente a los propietarios de las grandes bodegas.
Aquí Aragoneses se ha esmerado por identificar a varios de ellos y de las muchas etiquetas que probamos ninguna se puede conseguir en México y varias nos sorprendieron por esa minuciosidad que caracteriza a los pequeños grandes productores.
Aquella tarde probamos la gyoza de manita de lechazo (así le llaman al cordero bebé que no se ha alimentado de hierbas) guisado con pimentón ligeramente picante, asentada sobre una salsa de azafrán y un brote de orégano fresco, que resaltaba el conjunto de sabores contundentes cada uno por sí mismos.
Probablemente el platillo más celebrado sea un picadillo de corso como se le conoce a esos venados que pululan por la región y que son repelidos por los productores de vino dado que se comen las uvas.
La carne muy finamente picada estaba acompañada de trocitos de verduras y un aliño “picante y dulzón”, como diría Agustín Lara, con un par de plumas de pasta frita encima coronada con una hojita, de cuyo nombre no puedo acordarme, y que en su conjunto eran un homenaje a la pasta boloñesa.
Luego vino una corvina, un pescado graso reforzado con el humo de la parrilla; acompañado de un hongo que se conoce como angula de monte y unas setas escabechadas.
Así llegaron los sabores dulces como la manzana, vainilla y hojaldre o la pavlova con fruta de la pasión y yogur.
Dicen De la Hoz Bombín y Aragoneses, al describir su misión, que la curiosidad es el comienzo de la creatividad, el punto de partida para encontrar un rumbo propio y ellos lo están haciendo.
Así es que sólo me queda reconocer que Conrado Íscar tenía razón cuando presumía la calidad gastronómica de la Milla de Oro y también debo quitarme el sombrero ante el talento de sus propietarios o mejor dicho el “bombín” como se apellida la chef.