Mujica, Garamendi y el tiempo para vivir

Si con la reforma del horario laboral pasa lo mismo que con el impuesto a las grandes energéticas habrá que darle otra vez la razón a Mujica cuando defiende que los intereses económicos son más fuertes que la políticaEl Gobierno da el primer paso para reducir la jornada de trabajo a las 37 horas y media No es la primera vez que en esta columna se expresa la admiración por José Mujica pero siempre hay una buena ocasión para reiterarla. La entrevista que el expresidente uruguayo concedió a Jordi Évole es la excusa para recuperar una de las muchas enseñanzas que deberíamos grabarnos a fuego y que, por una casualidad no buscada, esta semana es de especial interés.  “Una civilización de gente que se autoexplota. La gente gasta la mayor parte de su tiempo en conseguir recursos económicos para hacer frente a ese consumo que siempre aumenta y que no puede detener. En lugar de tener tiempo libre para vivir, consumimos el tiempo para comprar cosas”. Tiempo libre para vivir. Parece fácil y debería serlo pero no lo es porque no depende solo de la voluntad propia. De ahí que la iniciativa de reducir la jornada laboral que plantea el Gobierno, a la falta de conseguir los apoyos parlamentarios necesarios para que no se quede en una declaración de intenciones, debe servir para abrir un debate cuya premisa es la de dignificar la vida de los trabajadores y en especial en sectores como la hostelería o el comercio.  La periodista Sarah Jaffe recuerda en el libro ‘Trabajar. Un amor correspondido’ (Capitán Swing y editado en catalán por Ara Llibres) que ya en el siglo XIX, el arquitecto y activista británico William Morris (1834-1896) defendía que existen tres esperanzas que hacen que un trabajo valga la pena: la esperanza del descanso, la esperanza de la producción y la esperanza del placer del trabajo por sí mismo.  Ese equilibrio entre las tres esperanzas es más fácil de teorizar que de llevar a cabo porque, como también recuerda Mujica, el neoliberalismo nos empuja a creer que todo lo que necesitamos o simplemente anhelamos se puede comprar con dinero. Y no es así aunque la paradoja es que probablemente con dinero incluso es más fácil comprar tiempo, algo que en determinados eslabones de la cadena es imposible proponerse.  La última vez que se modificó la jornada de trabajo máxima en España fue hace 40 años y como recordaba la compañera Laura Olías en este magnífico reportaje, entonces, como ahora, la patronal también puso el grito en el cielo. “La filosofía de la CEOE en este sentido es que si los asalariados trabajan menos, cobren menos, para que así colaboren en el sacrificio que se pide a todos para crear empleos”, publicó el ABC en ese momento. Tampoco ahora quieren oír hablar de la reforma que plantea el Gobierno porque pronostican que bajará la productividad y la rentabilidad. Lo primero está por ver y lo segundo debería ser al menos discutible. ¿Rentabilidad para quién?  Además, el Gobierno ya dijo que estaba dispuesto a impulsar ayudas a las pymes de los sectores más afectados y es probable que en el trámite parlamentario esta opción vuelva a recuperarse porque grupos como Junts ya han explicado que el texto actual no les basta y se han erigido en defensores de las patronales, las grandes y las pequeñas. Del mismo modo que algunas de las propuestas del texto aprobado por el Gobierno son fáciles de implementar, hay otras en las que la dificultad es evidente. Por ejemplo, en nuestro oficio, el periodismo, se ha abusado de las jornadas maratonianas, y es algo que se ha ido corrigiendo aunque hay margen de mejora. Este trabajo no se rige únicamente por nuestra capacidad de organización puesto que existen informaciones sobrevenidas, desde tragedias a convocatorias que nada tienen que ver con la racionalización de horarios. No nos pasa solo a nosotros pero es un ejemplo de que hay ocupaciones en los que probablemente es mejor apostar por la flexibilidad (siempre que se crea en ella y no se quede en el campo de las buenas intenciones). En ‘Maldito trabajo’ (Ariel), su autor, Eduardo Vara, argumenta que pretender que la codicia humana se regule por sí misma es como pretender que un fuego se controle por sí solo. “Acabará deteniéndose cuando ya no quede más por devorar”, avisa. No es que la codicia sea un sentimiento nuevo puesto que es intrínseco al capitalismo pero eso no significa que no merezca ser acotado.    Veremos si en esta ocasión, como ya pasó con el impuesto a las grandes energéticas, habrá que darle otra vez la razón a Mujica cuando defiende que los intereses económicos son más fuertes que la política.

Feb 5, 2025 - 06:36
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Mujica, Garamendi y el tiempo para vivir

Mujica, Garamendi y el tiempo para vivir

Si con la reforma del horario laboral pasa lo mismo que con el impuesto a las grandes energéticas habrá que darle otra vez la razón a Mujica cuando defiende que los intereses económicos son más fuertes que la política

El Gobierno da el primer paso para reducir la jornada de trabajo a las 37 horas y media

No es la primera vez que en esta columna se expresa la admiración por José Mujica pero siempre hay una buena ocasión para reiterarla. La entrevista que el expresidente uruguayo concedió a Jordi Évole es la excusa para recuperar una de las muchas enseñanzas que deberíamos grabarnos a fuego y que, por una casualidad no buscada, esta semana es de especial interés. 

“Una civilización de gente que se autoexplota. La gente gasta la mayor parte de su tiempo en conseguir recursos económicos para hacer frente a ese consumo que siempre aumenta y que no puede detener. En lugar de tener tiempo libre para vivir, consumimos el tiempo para comprar cosas”.

Tiempo libre para vivir. Parece fácil y debería serlo pero no lo es porque no depende solo de la voluntad propia. De ahí que la iniciativa de reducir la jornada laboral que plantea el Gobierno, a la falta de conseguir los apoyos parlamentarios necesarios para que no se quede en una declaración de intenciones, debe servir para abrir un debate cuya premisa es la de dignificar la vida de los trabajadores y en especial en sectores como la hostelería o el comercio. 

La periodista Sarah Jaffe recuerda en el libro ‘Trabajar. Un amor correspondido’ (Capitán Swing y editado en catalán por Ara Llibres) que ya en el siglo XIX, el arquitecto y activista británico William Morris (1834-1896) defendía que existen tres esperanzas que hacen que un trabajo valga la pena: la esperanza del descanso, la esperanza de la producción y la esperanza del placer del trabajo por sí mismo. 

Ese equilibrio entre las tres esperanzas es más fácil de teorizar que de llevar a cabo porque, como también recuerda Mujica, el neoliberalismo nos empuja a creer que todo lo que necesitamos o simplemente anhelamos se puede comprar con dinero. Y no es así aunque la paradoja es que probablemente con dinero incluso es más fácil comprar tiempo, algo que en determinados eslabones de la cadena es imposible proponerse. 

La última vez que se modificó la jornada de trabajo máxima en España fue hace 40 años y como recordaba la compañera Laura Olías en este magnífico reportaje, entonces, como ahora, la patronal también puso el grito en el cielo. “La filosofía de la CEOE en este sentido es que si los asalariados trabajan menos, cobren menos, para que así colaboren en el sacrificio que se pide a todos para crear empleos”, publicó el ABC en ese momento. Tampoco ahora quieren oír hablar de la reforma que plantea el Gobierno porque pronostican que bajará la productividad y la rentabilidad. Lo primero está por ver y lo segundo debería ser al menos discutible. ¿Rentabilidad para quién? 

Además, el Gobierno ya dijo que estaba dispuesto a impulsar ayudas a las pymes de los sectores más afectados y es probable que en el trámite parlamentario esta opción vuelva a recuperarse porque grupos como Junts ya han explicado que el texto actual no les basta y se han erigido en defensores de las patronales, las grandes y las pequeñas.

Del mismo modo que algunas de las propuestas del texto aprobado por el Gobierno son fáciles de implementar, hay otras en las que la dificultad es evidente. Por ejemplo, en nuestro oficio, el periodismo, se ha abusado de las jornadas maratonianas, y es algo que se ha ido corrigiendo aunque hay margen de mejora. Este trabajo no se rige únicamente por nuestra capacidad de organización puesto que existen informaciones sobrevenidas, desde tragedias a convocatorias que nada tienen que ver con la racionalización de horarios. No nos pasa solo a nosotros pero es un ejemplo de que hay ocupaciones en los que probablemente es mejor apostar por la flexibilidad (siempre que se crea en ella y no se quede en el campo de las buenas intenciones).

En ‘Maldito trabajo’ (Ariel), su autor, Eduardo Vara, argumenta que pretender que la codicia humana se regule por sí misma es como pretender que un fuego se controle por sí solo. “Acabará deteniéndose cuando ya no quede más por devorar”, avisa. No es que la codicia sea un sentimiento nuevo puesto que es intrínseco al capitalismo pero eso no significa que no merezca ser acotado.   

Veremos si en esta ocasión, como ya pasó con el impuesto a las grandes energéticas, habrá que darle otra vez la razón a Mujica cuando defiende que los intereses económicos son más fuertes que la política.

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